Opinión | Editorial

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Racismo y xenofobia en Alemania

Es necesario que los partidos reafirmen su cinturón sanitario contra la ultraderecha mientras la policía persigue a los violentos

La policía científica trabaja en una de las escenas del tiroteo en el centro de Hanau.

La policía científica trabaja en una de las escenas del tiroteo en el centro de Hanau. / periodico

Un nuevo <strong>atentado terrorista de extrema derecha</strong>, racista y xenófobo, con el resultado de 11 muertos, ha conmocionado a Alemania. Un alemán de 43 años, sin antecedentes, disparó en dos bares de la ciudad de Hanau, cerca de Fráncfort, asesinando a nueve personas, la mayoría inmigrantes, y poco después fue hallado en su domicilio su cadáver y el de su madre, de 72 años. La pista ultra proviene del hallazgo en el mismo domicilio de un manifiesto de 24 páginas y un vídeo en el que se vierten tesis racistas y conspirativas, se ataca a varios grupos étnicos y se reclama el «exterminio» de pueblos enteros de hasta 24 países africanos y asiáticos.

Lo peor del atentado es que no es un caso aislado. Alemania, cuya cancillera, Angela Merkel, tuvo un comportamiento ejemplar en la crisis migratoria del 2015, vive tiempos convulsos, con la proliferación de grupos neonazis y el crecimiento electoral de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). El fenómeno no es de ahora, aunque últimamente se ha agravado: entre el 2000 y el 2006, el grupo neonazi NSU asesinó a nueve extranjeros; en junio del 2019, el político conservador Walter Lubcke fue asesinado a tiros, y en octubre dos personas murieron en un ataque antisemita a una sinagoga en Halle, la misma ciudad donde fue tiroteado el despacho del diputado socialdemócrata Karamba Diaby, de origen senegalés, víctima de amenazas ultras. Además, varios alcaldes han renunciado a su cargo por el clima de intimidación creado por los grupos neonazis.

Esta ola de ataques, que ha sido condenada por Merkel con la frase «el racismo es veneno, el odio es veneno y este veneno existe en la sociedad», coincide con el agrietamiento en Turingia del cordón sanitario que siempre había mantenido la derecha alemana frente a la extrema derecha. Hace dos semanas, el voto de la CDU junto a AfD para elegir presidente del 'land' al liberal Thomas Kemmerich provocó una crisis, la condena de Merkel y la dimisión de su sucesora designada Annegret Kramp-Karrenbauer. El elegido dimitió y anunció elecciones anticipadas, pero tras la elogiable reacción inicial parece que se imponen los intereses electorales, porque el caso se encuentra en un callejón sin salida. La Izquierda (Die Linke), que fue la primera fuerza en las elecciones, ha propuesto a la CDU que encabece un Gobierno técnico para convocar elecciones, pero los democristianos no quieren ir a las urnas de inmediato porque temen un retroceso.

Todo este politiqueo da la razón a la advertencia del vicecanciller federal Olaf Scholz cuando dice que «nuestros debates políticos no pueden obviar el hecho de que hay terrorismo de ultraderecha en Alemania 75 años después de la dictadura nazi». Las peleas partidistas solo pueden contribuir al crecimiento de AfD, un partido xenófobo que siembra el odio contra los extranjeros. Ante ese peligro, es necesario que los grandes partidos alemanes recuperen la tradición del cordón sanitario y aíslen a los ultras al tiempo que las fuerzas de seguridad persiguen a los violentos.