Al contrataque

Nada por escrito

El tiempo es el único crítico que importa, no hay que ensuciarse nunca las manos, no vale la pena, y menos por escrito. Para liberar el rencor, el desprecio y la mala leche es mejor ir al gimnasio

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Milena Busquets

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Mi abuela siempre decía que no había que dejar nada por escrito, me refiero a nada de índole personal. Según ella era mejor destruir las cartas y otros documentos íntimos que uno pudiese tener, no arriesgarse en ningún caso a que algún día pudiesen salir a la luz. No porque en ellos se desvelasen grandes dramas o escándalos, sino porque eran simplemente privados, o sea: un asunto entre dos personas y nadie más. Lo cumplió a rajatabla: entre sus cosas cuando murió, no había ni un solo papel.

Por sorprendente que parezca en alguien que se dedicó al mundo de las letras durante toda su vida, mi madre hizo lo mismo. Conservó las cartas o documentos de trabajo, relacionadas con la editorial y que pensó podían tener algún interés “histórico” y destruyó todo lo privado. Antes de hacerlo me lo dijo y evidentemente, aun sin saber en qué consistían esos documentos (cartas de amor y de deseo, supongo, no lo sé), me pareció muy bien.

Ahora se acaba de publicar la correspondencia privada entre Jaime Salinas, el importante editor (fundó Alianza Editorial y trabajó en Seix Barral, Aguilar y Alfaguara), hijo del grandísimo poeta Pedro Salinas, y el escritor y traductor Gudbergur Bergsson, que fue su pareja durante muchos años.

En las cartas, Salinas habla entre otras cosas del mundo editorial de los 60 y 70 en Barcelona y critica sin piedad a algunos de sus miembros más notables (a la agente literaria Carmen Balcells y al mítico editor Carlos Barral, por ejemplo).

Siempre es complicado lo de criticar o hablar mal de los demás. Por mucha razón que se pueda tener, el retrato que emerge de alguien que se dedica a hablar mal de los demás (y ya no digamos si es por escrito) no es nunca halagador. Una cosa es decir lo que uno piensa de viva voz, en una cena, cuando hablamos tendemos a exagerar, jugar, provocar, decir cosas que sólo pensamos a medias. Pero por escrito, y un editor debería saberlo, es otra historia.

Uno escribe o intenta escribir o debería escribir (creo) desde las alturas, lejos del barro, la mezquindad en la escritura es insoportable, como en la vida. Saber que Carlos Barral era un vanidoso (que ya lo sabíamos mucho antes de leer las cartas de Salinas), a la hora de calibrar su obra de editor, de poeta y de memorialista, no sirve absolutamente para nada y lo que es más importante, no cambia nada (además, de todos modos, no hay escritor que no sea vanidoso, solo que Barral, como además era guapo y hay pocos escritores guapos, no lo disimulaba). El tiempo es el único crítico que importa, no hay que ensuciarse nunca las manos, no vale la pena, y menos por escrito. Para liberar el rencor, el desprecio y la mala leche es mejor ir al gimnasio.