Análisis

La mesa de la discordia

El espacio de diálogo se convertirá en el campo de batalla preelectoral del independentismo

Pere Aragonès y Quim Torra, en la reunión del Consell Executiu

Pere Aragonès y Quim Torra, en la reunión del Consell Executiu / periodico

Josep Martí Blanch

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La mesa de negociación entre los gobiernos catalán y español empezará el lunes si los ventrílocuos que mueven las mandíbulas de Quim Torra no deciden lo contrario. En el fondo casi que da lo mismo, porque la mesa no tiene ningún recorrido mientras Catalunya no celebre las elecciones que tiene pendientes.

Estarán sentados frente a frente dos gobiernos de coalición. De un lado, el gobierno español acabado de constituir, con socios que hasta la fecha andan bien coordinados y tiempo por delante. Del otro, un ejecutivo en los minutos de descuento, con sus integrantes tirándose los platos a la cabeza día sí, día también, y pendientes de unas elecciones que están, o debieran estar -si el electorado catalán le merece algo de respeto a su presidente- a la vuelta de la esquina.

Cuando Quim Torra perdió su condición de diputado y anunció consecuencias de calado por la afrenta que le habían propiciado sus socios republicanos, lo único que pudo hacer para concretarlas es dar por acabada la legislatura en cuanto se aprobase el presupuesto. Es decir, nada. Porque, diga lo que diga el Estatut sobre las competencias presidenciales, en política no es posible el ejercicio del poder sin autoridad. Y Torra no la tiene. Porque no ha querido y, si ha querido, porque no ha sabido tenerla.

La única consecuencia del enfado de Torra fue, a la práctica, dar inicio formal a una precampaña en la que, siguiendo la lógica de los periodos preelectorales, al enemigo no se le ofrece ni agua. Y el enemigo es ERC, del mismo modo que para los republicanos lo es JxCAT. Es en este ambiente que los socios del Gobierno catalán van a sentarse a negociar con el Gobierno español.

La mesa es un triunfo de ERC negociada directamente con el PSOE. Así que el reto de sus adversarios es cargársela. Pero no a las bravas, si no justo en el momento que consideren óptimo de cara a sus intereses electorales. Ni antes ni después.

Más que una herramienta para solucionar un conflicto existente, este espacio de diálogo va a convertirse en el campo de batalla preelectoral del independentismo. Si a ERC el relator no le parece imprescindible, para JXCAT es lo más importante. Si los republicanos pactan una fecha de inicio con el PSOE para JXCAT es una afrenta. Si en la primera reunión al vicepresidente Pere Aragonés le parece razonable el gusto del café que se sirva, para Quim Torra será vomitivo. Aún así, la baraja no va a romperse hasta que llegue el momento de firmar el decreto de convocatoria de elecciones, algo que el actual presidente sólo hará, salvo sorpresa, con el plácet previo de los verdaderos administradores del sillón presidencial, que han de solucionar primero sus cuitas internas.

Sánchez e Iglesias no pueden estar tranquilos del todo mientras la legislatura española no tenga aprobados unos presupuestos para los que son necesarios los votos de los de Oriol Junqueras. Pero en la mesa de negociación, sin que se les note demasiado, van a disfrutar de grandes momentos viendo desde primera línea como se despellejan sus interlocutores.