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Gracias por el baile

Leonard Cohen no te deprime con sus canciones, sino que te hace mucha compañía y te aporta consuelo en tus horas bajas

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Ramón de España

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Lo compré cuando salió -más que nada, por militancia- y se quedó tirado encima de una mesa a la espera de que me decidiese a escucharlo. Me refiero al último disco, literalmente, de Leonard Cohen, 'Thanks for the dance', del que me temía que sería la típica colección de restos de serie que suelen publicarse con el artista ya difunto para intentar seguir sacando unos cuartos a su costa. Me equivocaba, como descubrí hace unos días, cuando por fin decidí darles una oportunidad a los últimos gemidos del tío Lenny y me encontré con un testamento magnífico (aunque breve, apenas dura media hora), superior, en mi opinión, a su anterior trabajo, 'You want it darker'.

Resulta evidente que el hombre estaba en las últimas: de las nueve canciones del álbum, solo una, 'The hills', está escrita y compuesta por el glorioso judío de Montreal. El resto son textos suyos -medio cantados, medio recitados- de cuya música se ha encargado su hijo Adam, con la ayuda a veces de dos colaboradoras habituales de Cohen, Anjani Thomas Sharon Robinson. De todos modos, la música resultante es puro Cohen, como si su vástago hubiera acogido por ósmosis el talento y la forma de hacer del artista. Hay que agradecerle también una producción fiel al difunto, sutil y profundamente emotiva, en la que destaca la labor de dos españoles, el guitarrista Javier Mas, compañero de fatigas de Cohen, y Silvia Pérez Cruz, cuyos coros angelicales parecen acompañar al fiambre hacia su encuentro con el Señor. Hay algo en 'Thanks for the dance' que remite a los últimos discos de Johnny Cash, producidos por ese rey de la austeridad y enemigo de la farfolla que es Rick Rubin, aunque aquí la parquedad instrumental se aborda con mayor dulzura y cierto sentimentalismo. La mejor canción del disco es la que le da título, un pequeño himno melancólico a esa existencia que Cohen, pese a sus cíclicas depresiones, exprimió al máximo entre música, poemas y deseo hacia las mujeres.

Ese disco que se tiró más de un mes en una mesa, criando polvo, suena ahora a diario en mi zulo del Eixample. Siempre encuentro un momento (media horita) para escucharlo, y siempre me siento mejor después de haberlo hecho. Como otros grandes melancólicos -pienso, sobre todo, en el enternecedor Nick Drake-, Cohen no te deprime con sus canciones, sino que te hace mucha compañía y te aporta consuelo en tus horas bajas. Gracias, tío Lenny.