La clave

Crecepelo milagroso

A diferencia del científico, el conocimiento social nunca solidifica ni se estratifica: solo así puede concebirse que unos vendedores de crecepelo como los embaucadores del Institut Nova Història puedan tener predicamento en el siglo XXI

Las imágenes del 2012 de El Periódico

Las imágenes del 2012 de El Periódico / Joan Puig

Luis Mauri

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La humanidad está escacharrada. No es un defecto nuevo, viene de serie. Uno de sus déficits más clamorosos es la incapacidad de sedimentar y estratificar el conocimiento social. Excepto algunos charlatanes marginales, nadie discute la redondez de la rueda, la ley de la gravedad o la efectividad de los antibióticos. La sal común es cloro más sodio y se disuelve amablemente en el líquido, pero el sodio aislado tiene una reacción explosiva al contacto con el agua. Los científicos no circulan marcha atrás. Cada nuevo hallazgo sirve de trampolín para alcanzar nuevos umbrales. Nadie se interroga inútilmente hoy por la redondez de la rueda. 

Por el contrario, el conocimiento social nunca solidifica ni se estratifica. Estamos condenados a cometer periódicamente los mismos horrores, escandalizarnos de ellos, apartarnos transitoriamente pero volver a cometerlos de forma inexorable. Vuelta a empezar, la maldición de Sísifo.

Nada es igual que antes, pero todo vuelve o intenta volver. Nos consideramos más civilizados que los coetáneos de Atila, y seguramente lo somos, pero nos matamos con la misma fruición de siempre. Lo hacemos con más sofisticación y mayor complejidad argumental, pero con la misma crueldad. Ningún científico pierde el tiempo en dar al traste con un principio físico demostrado, simplemente avanza a partir de él. La humanidad, en cambio, vive aprisionada por su destino. Como Sísifo, condenada a perpetuidad a volver a empezar.

Solo así puede concebirse que <strong>unos vendedores de crecepelo como los embaucadores del Institut Nova Història</strong> puedan tener predicamento en el siglo XXI. Paparruchas como la catalanidad de Colón, Hernán Cortés, Pizarro, Magallanes, Leonardo, Ignacio de Loyola, el Cid (un falso mito en sí mismo), Santa Teresa o el Bosco no merecen comentario. Sí lo merecen, y severo, las ayudas públicas prestadas a los vendedores de ungüentos mágicos, el altavoz de la televisión de la Generalitat y el aval de algún miembro del Govern, como el ‘conseller’ Puigneró, el pupilo de Puigdemont que suspira por ser candidato a ‘president’. Ay, la humanidad.