Opinión | Editorial

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China, un gigante poco fiable

El coronavirus deja en evidencia la naturaleza real del milagro chino: un gran desarrollo capitalista dirigido por un partido comunista

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La opacidad y el secretismo propio de los regímenes no democráticos nunca ha sido la mejor herramienta para afrontar las grandes crisis, y el comportamiento de las autoridades chinas en el caso del coronavirus lo demuestra de forma fehaciente. Solo cuando la alarma mundial ha desbordado cualquier previsión, los dirigentes de Pekín se han mostrado dispuestos a cambiar de actitud y reconocer la gravedad del momento, con un número siempre en aumento de infectados y muertos, casos en los cinco continentes  y las grandes economías afectadas por la paralización de la fábrica del mundo. Las purgas en la dirección del Partido Comunista y en la Administración de la provincia de Hubei pretenden descargar en el ámbito local las culpas por la desastrosa gestión de la epidemia, pero las pruebas de que el presidente Xi Jinping conoció hace un mes las dimensiones del problema confirma la responsabilidad de la nomenklatura china en la extensión de la enfermedad al ocultar información esencial.

Pocas dudas caben del aprovechamiento político de la Casa Blanca al criticar sin tregua al Gobierno chino, pero menos sentido tiene aún albergar dudas sobre el daño causado por el régimen a su fiabilidad, confianza y crédito. Los esfuerzos de más de dos décadas para convertir a China en la potencia alternativa a Estados Unidos han sufrido una gran erosión, y ha salido perjudicada la confianza en una potencia económica que, de repente, ha dejado de producir y amenaza con provocar en Occidente una crisis de suministros en sectores importantes de la industria y de los servicios. Por no hablar de perjuicios irreversibles como la suspensión en Barcelona del Mobile World Congress, las restricciones en las comunicaciones y la evacuación sin pausa del personal enviado a China por inversores extranjeros.

Quizá el desasosiego mundial por los efectos del coronavirus más que ningún otro precedente deje en evidencia la naturaleza real del milagro chino, basado en la coexistencia de un régimen pilotado por el aparato comunista y un desarrollo capitalista a toda máquina que excluye un régimen de libertades. Un experimento tan original como lleno de riesgos.