EN CLAVE EUROPEA
Lecciones electorales irlandesas
Los resultados de las elecciones legislativas en Irlanda el 8 de febrero, con la victoria en el voto popular del hasta hace poco minoritario partido izquierdista Sinn Féin (24,5%), permiten extraer algunas lecciones europeas. Primero, los resultados evidencian un persistente descontento por la vivienda, la desigualdad, los servicios públicos y las dificultades cotidianas de un porcentaje elevado de la población, que no recibe una respuesta efectiva de los partidos gobernantes. Las dos principales cuestiones que decidieron el voto de los irlandeses fueron las graves deficiencias de la sanidad pública y los precios inasequibles de la vivienda, según los sondeos. Por el contrario, solo el 1% de los votantes afirmaron que el 'brexit' o la inmigración fueran el problema más importante.
El precio inasequible de alquilar o comprar una vivienda en las grandes ciudades de la Unión Europea (UE), en especial para los jóvenes, es una bomba de relojería política que puede desestabilizar a la UE, ya que genera un profundo descontento que alimenta el voto de protesta. La escalada de precios de la vivienda sin relación con los ingresos de la mayoría de la población es favorecida por la especulación inmobiliaria de fondos financieros en busca de altas rentabilidades, como Blackstone y las españolas Socimi (Sociedades Cotizadas Anónimas de Inversión en el Mercado Inmobiliario). Las autoridades han agravado el problema con una escasa inversión en vivienda y la desregulación de un bien social que por sus características no puede tratarse como si fuera una mera mercancía.
Este descontento social no desaparece automáticamente con un elevado crecimiento económico y un bajo nivel de paro, como muestra Irlanda -el producto interior bruto (PIB) creció el 5,6% en el 2019 y en diciembre la tasa de desempleo se situaba en el 4,8%-, sino que está directamente relacionado con la desigualdad, el reparto de la riqueza y la distribución del gasto público. "¿Si la economía va tan bien por qué la gente común no lo nota? ¿Quién se beneficia?", preguntaba durante la campaña la líder del Sinn Féin, Mary Lou McDonald, en una pregunta extrapolable a otros países de la desigualitaria UE actual.
Espejismo contable
Las tasas de crecimiento económico irlandesas son además ilusorias, ya que no responden solo a la actividad realizada en el país, sino también a los ingresos de las actividades de numerosas multinacionales por toda la UE que son contabilizadas en Irlanda para eludir el pago de impuestos. Esto crea un espejismo contable de riqueza nacional ficticia y de aumentos irreales del PIB anual, como el 25,2% contabilizado en el 2015, según Eurostat.
Segundo, el resultado irlandés refleja una fuerte demanda de cambio en el contenido de la política y en la forma de hacer política. En las elecciones del 2007, el Sinn Féin logró solo cuatro escaños, mientras que ahora tiene 37, y no ha conseguido más porque presentó un número limitado de candidatos. El Sinn Féin fue el partido más popular entre la población inferior a 65 años y el preferido por un tercio de la población hasta 35 años, según los sondeos. El Sinn Féin, los Verdes y los demás partidos de izquierda sumaron el 42% del voto popular en los comicios, lo mismo que la suma de los dos partidos conservadores tradicionales, el Fianna Fáil y el Fine Gael.
El Sinn Féin se ha transformado desde la crisis financiera del 2008 en el partido antiausteridad, donde las propuestas sobre vivienda, sanidad, transporte y servicios públicos han adquirido un protagonismo más inmediato que su tradicional agenda nacionalista de reunificar la isla. El Sinn Féin, por ejemplo, prometió destinar 6.500 millones de euros a construir 100.000 viviendas en los próximos años.
Fin al bipartidismo
Y tercero, la victoria del Sinn Féin ha puesto fin al bipartidismo y a la hegemonía alternante del Fianna Fáil y Fine Gael, que han dominado los gobiernos irlandeses desde la independencia del país. Con ello, Irlanda se suma a la tendencia dominante en la UE hacia una mayor dispersión del voto, unos parlamentos muy fragmentados y la necesidad de coaliciones amplias para gobernar.
La fragmentación del voto y la polarización cada vez mayor de los partidos se traduce en la UE en inestabilidad política, enfoques cortoplacistas y primacía de los planteamientos nacionales sobre los europeos. Esto se visualiza en repeticiones electorales frecuentes (España, Austria, Eslovenia), frágiles gobiernos de coalición (España, Finlandia, Italia, República Checa, Suecia), votos de censura (Finlandia, Holanda, República Checa, Rumanía) y largos meses de negociación para formar un Gobierno (España, Alemania, Holanda, Austria, Suecia), que en Bélgica ya son más de ocho desde las elecciones de mayo del 2019.
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