Dos miradas
El quid
El hablante catalán tiene interiorizado que con su lengua no es suficiente para vivir en este país. Y si siempre habla en catalán parece un déspota o un maleducado
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
¿Se imaginan a una diputada de la Asamblea Nacional pidiendo que los franceses autóctonos, los que tienen cara y aspecto de francés (un orondo campesino de Las Landas con una 'baguette' bajo el brazo) se dirijan en lengua francesa a los que no tienen aspecto de francés? ¿Verdad que no? ¿Saben por qué? Porque en cualquier brasería, en un bar, en una panadería, en el metro, en un comercio de 24 horas, en un restaurante sofisticado o en una parada de kebab, los que hablan (y los que escuchan) hablan en francés, cualquiera que sea su aspecto, el peinado, la procedencia, la ideología o la orientación sexual. Y esto es así porque es la lengua usual, normal y habitual, sin ninguna connotación.
La polémica de la alcaldesa de Vic -que yerra mucho en querer definir un catalán por los rasgos físicos: ¡mucho!- debería plantearse en otros términos, que no son los del racismo, inadecuados y desgraciados. El hablante catalán tiene interiorizado que con su lengua no es suficiente para vivir en este país. Y si siempre habla en catalán parece un déspota (o se lo piensa), un petulante o un maleducado. Después, mezclen toda la bazofia purista que quieran, pero el quid de la cuestión es este.
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