Al contrataque

Dejemos de planificar las cosas

De esa macabra y asquerosa lección que es la muerte solo cabe aprender una cosa: la vida

Bar Viu

Bar Viu / periodico

Milena Busquets

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Todos -bueno, los seres un poco macabros como yo que pensamos a menudo, casi a diario, en la muerte, en la propia, en la de los demás, en mi caso en la de todos menos en la de dos seres pequeños (aunque ya no lo sean, siempre lo serán) que dependen de mí y cuya desaparición es impensable, o sea, imposible de pensar, aunque sí que he podido medio imaginarla dentro de 100 años, cuando los dos sean unos ancianos de abundante cabello blanco y pantalones de pana color mostaza, hermosos como dos robles viejos, habiendo vivido una vida plena, generosa y valiente- augurábamos que Pasqual Maragall moriría antes que su mujer y arropado, cuidado y protegido por ella.

Pues resulta que no. Diana Garrigosa falleció el lunes pasado a los 76 años “de forma inesperada” según algunos medios. No sé si la muerte puede llegar de forma inesperada a los 76 años, ni siquiera de forma repentina, la muerte nos ronda durante toda la vida, a veces más cerca, a veces más lejos y a partir de cierta edad se instala a vivir en nosotros, aunque sea en un rincón recóndito y secreto, aunque todo lo demás sea luminoso y apasionado.

Es un poco como el amor, la muerte: nunca esperas enamorarte (al menos a partir de cierta edad, antes, si eras mínimamente curioso, te enamorabas cada día, en cuanto ponías un pie en la calle) y sin embargo lo esperas, nunca esperas morirte y sin embargo sabes que puede ocurrir.

Así que tal vez deberíamos dejar de planificar las cosas, salir a la calle, disfrutar del buen tiempo, intentar hacer cada día las dos o tres cosas que nos gusta hacer. Pasar de todo. Dejar de preocuparnos tan gravemente por estupideces. Dejar de odiar a desconocidos (eso lo digo por los que usan las redes, los que no las frecuentan son un poco más pudorosos con sus odios y envidias). Dejar de pensar en la “carrera”. Algunos de mis amigos hablan más de su supuesta carrera, de sus pequeños o grandes lamentables logros, que de su vida. Dejar de hablar de dinero, gastárselo sin más.  

De esa macabra y asquerosa lección que es la muerte solo cabe aprender una cosa: la vida. Los bares ruidosos llenos de gente apretujada y de buen humor. Las cañas de cerveza al sol. No hay bares divertidos, ni sol en invierno, ni desconocidos con ganas de conversar en demasiados lugares del mundo, pero aquí sí. Decirle a los imbéciles que son imbéciles y a los inútiles que son inútiles, y a los malvados, malvados. Dejar de temer las consecuencias. Lo que antes se llamaba ponerse el mundo por montera. Dejar de caminar de puntillas y caminar siempre hacia el mar o hacia donde estén la fiesta y la gente que nos ama. Y si quieres un perro, cómpratelo ya.