La espléndida soledad del independentismo

Nadie sabe qué es el Consell de la República, quién lo integra, cuáles son sus atribuciones, cómo se financia, pero qué mas da

Torra escucha una intervención de Puigdemont por videoconferencia, en el mitin final de campaña de JxCat de las últimas elecciones generales, en Barcelona.

Torra escucha una intervención de Puigdemont por videoconferencia, en el mitin final de campaña de JxCat de las últimas elecciones generales, en Barcelona. / periodico

Andreu Claret

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La decisión de Iñigo Urkullu de adelantar las elecciones vascas al 5 de abril, para no coincidir con los comicios que convocará <strong>Quim Torra</strong>, es una manifestación más del aislamiento del independentismo catalán. Ni siquiera el PNV, otrora aliado de Jordi Pujol en el viaje a Ítaca, está dispuesto a dejarse las plumas en una asociación con los antiguos convergentes que hoy consideran tóxica para ocupar el centro del nacionalismo en Euskal Herria.

En el Palau de la Generalitat nadie ha rechistado, probablemente porque nadie fue consultado. Si acaso hubo un discreto y tardío wasap a Gabriel Rufián explicando lo que Urkullu iba a anunciar. Todo ello pone de manifiesto la espléndida soledad de los seguidores de Carles Puigdemont. Espléndida, en el sentido de una soledad ensoberbecida, de quien cree tener la razón, digan lo que digan los enemigos, piensen lo que piensen los amigos. 

Lejos quedan los tiempos del proyecto Galeuska que pretendía buscar sinergias entre los nacionalismos periféricos. Todo queda reducido a los contactos con Arnaldo Otegi y el BNG, los únicos que tienen poco que perder envolviéndose con la 'estelada'. Pero qué más da. Parte del independentismo catalán ha decidido -paradojas de la vida- judicializar su estrategia.

No importan las derrotas políticas, lo que importan son las victorias jurídicas, aquellas que se han cosechado en Europa, aunque estos éxitos sean más debidos a la incompetencia de los tribunales españoles que a los méritos propios. Tampoco importa que ningún jefe de Estado o ningún líder del <strong>G-20</strong> haya contestado la carta que recibió de Torra denunciando la represión del Estado español. O que ni siquiera hayan acusado recibo. La culpa es de Josep Borrell y de los espurios intereses estatales que se anteponen a los de los pueblos.

Más soledad. Qué importa. Lo relevante son los miles de catalanes que acudirán al acto convocado por el Consell de la República el próximo día 29 en <strong>Perpinyà</strong>. Nadie sabe qué es el Consell, quién lo integra, cuáles son sus atribuciones, cómo se financia, pero qué mas da. 

Puede parecer todo muy surrealista, y en consecuencia efímero, pero no lo es. Dos millones de catalanes siguen atrincherados en sus convicciones, las de quienes siempre se han sentido independentistas y las de quienes no perdonan la actuación del Estado español por el 1 de octubre. Las encuestas demuestran el nervio de esta resiliencia y la dificultad, no ya de pinchar el suflé, vana esperanza de Mariano Rajoy, sino de introducir matices.

Contradicciones

De ahí lo asombroso de las contradicciones que recorren la sociedad catalana. Un caso de estudio. Mientras más del 60% critica la ineficacia del Gobierno de Torra, cerca de un 50% sigue dispuesto a votar a uno de los dos partidos que lo integran.

Y mientras una mayoría muy holgada valora positivamente el diálogo propuesto por Pedro Sánchez, el PSC no acaba de llenar el agujero negro que dejará Ciudadanos. De ahí que el próximo día 29, Perpinyà vuelva a ser 'el centro del mundo', según un eslogan plagiado de un famoso cuadro de Dalí. Un Dalí más onírico que nunca.