Opinión | Editorial

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Euskadi y Galicia toman distancia

El PNV quiere evitar que la radicalidad de la campaña catalana altere la placidez de la política vasca

El lendakari, Íñigo Urkullu, ante los medios de comunicación

El lendakari, Íñigo Urkullu, ante los medios de comunicación / periodico

Euskadi Galicia irán a las urnas el 5 de abril. Ante la posibilidad de que las elecciones vascas coincidieran con las catalanas o estas se adelantaran a las de Euskadi, cuya legislatura vencía en octubre, Íñigo Urkullu se ha apresurado a disolver la Cámara vasca, secundado inmediatamente por Alberto Núñez Feijóo. Es la cuarta vez consecutiva que coinciden las elecciones vascas y gallegas.

El lendakari temía la influencia de Catalunya en Euskadi porque las elecciones catalanas se presentan como un combate entre las dos fuerzas independentistas, ERC y Junts per Catalunya, y no quería de ningún modo que la radicalidad nacionalista de la campaña electoral contaminara la estable placidez de la política vasca, donde el PNV gobierna con el Partido Socialista de Euskadi (PSE) en una coalición a la que le falta solo un escaño para la mayoría absoluta, que ambos partidos aspiran a recuperar. Ese es el escenario que privilegia Urkullu, en lugar de una disputa en el terreno del nacionalismo con EH Bildu, que podría hacer perder al PNV la centralidad política en la que se ha instalado tras la época convulsa de Juan José Ibarretxe. Otra razón para adelantar los comicios es que las encuestas reflejan un ascenso tanto del PNV como del PSE.

En Galicia, Núñez Feijóo va camino de su cuarta mayoría absoluta, algo extraordinario en unos tiempos en que la fragmentación política está a la orden del día. El líder del PP gallego puede conseguir la mayoría, aunque en las elecciones generales de abril el PP fue relegado al segundo puesto por los socialistas y en las de noviembre la izquierda y los nacionalistas del BNG sumaron el 54% de los votos. El dominio de Feijóo en Galicia explica su negativa a pactar con Ciudadanos –el presidente gallego ha sido contundente al rechazar la política frentista– y convierte en ridículas las acusaciones que le ha dirigido Inés Arrimadas, calificándolo de «egoísta» y de «partidista», al tiempo que le pedía «humildad». Ciudadanos, que no tiene ningún escaño en Galicia, se permite dar lecciones al presidente que ha conseguido tres mayorías absolutas consecutivas.

Después de que Albert Rivera rechazara los intentos de Pablo Casado de formar España Suma, Arrimadas ha dado un giro y ahora es ella quien propone el pacto de la derecha, sin duda porque las perspectivas de Ciudadanos son sombrías. Pero las dos alternativas que tiene Cs son igualmente malas: o morir por absorción si se integra en el PP o por inanición si se presenta en solitario. En el único sitio donde el pacto tendría algún sentido sería en el País Vasco y parece que Alfonso Alonso, candidato confirmado del PP, está abierto a aceptarlo. Pero la posición de Cs es también muy débil, ya que el PP quintuplica sus votos. En Catalunya, donde Cs también propone un pacto con el PP, existen posibilidades de que los dos partidos se pongan de acuerdo, aunque las encuestas no auguran un crecimiento, sino al contrario, una pérdida de diputados, como ya les pasó a ERC y a los sucesores de CDC cuando se unieron en Junts pel Sí y sacaron menos escaños que por separado.