El vacío

Éramos pocos, muy pocos

El estreno en única función de la versión en catalán de 'Señor Ruiseñor' no llegó a llenar el Teatre Joventut de L'Hospitalet

Escena de 'Señor Ruiseñor', de Els Joglars.

Escena de 'Señor Ruiseñor', de Els Joglars.

Javier Melero

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El pasado 25 de enero en el Teatre Joventut de l’Hospitalet Els Joglars estrenó la versión en catalán de su obra 'Señor Ruiseñor' (inspirada en la figura de Santiago Rusiñol y en la música de Manuel de Falla), que se venía representando con éxito por toda España desde su estreno en Valladolid en enero de 2019.

Els Joglars es, con La Fura dels Baus, el grupo teatral emblemático de mi juventud y de todos los años de la transición de la dictadura a la democracia en Catalunya: siempre fiel al objetivo de la crítica a cualquier poder a través de la sátira y el humor, con las herramientas del talento y el ingenio. Tal vez alguien recuerde todavía que el pin de la máscara de la tragedia con la boca tachada con un trazo rojo y la leyenda 'libertad de expresión' se diseñó en 1977, cuando el consejo de guerra a Albert Boadella y sus compañeros por la obra 'La Torna'.

Durante muchos años, Els Joglars presentó sus estrenos en Barcelona con excelente acogida cuando parecía consolidado un público culto y popular, con sensibilidad social, escaso sectarismo político e interés por el arte, suficiente como para hacer viables iniciativas teatrales de calidad y poco complacientes con las administraciones subvencionantes. Con Els Joglars, primero dirigido por Boadella y ahora por el extraordinario Ramon Fontseré, reímos de las olimpiadas, el Opus, San Vicente Ferrer,  Dalí,  Pla e, ¡incluso! de Pujol. El nacionalismo no solía salir bien librado de sus obras pero, merced a la “extraordinaria amplitud de miras” con que suele autodefinirse, la trayectoria de la compañía seguía en ascenso pese a alguna mueca displicente de Ubú y de su séquito (siempre peor que el propio Ubú).

Todo cambió a partir de 2003, cuando Boadella hizo pública su participación en el núcleo fundacional de Ciudadanos y saltó de las páginas de espectáculos a las de política dando soporte, siempre con su tono irreverente y paródico, a una iniciativa declaradamente antinacionalista. La asistencia a las representaciones de Joglars en Catalunya cayó en picado, su presencia en los medios públicos -nunca excesiva- prácticamente se extinguió e incluso sectores proximos al PSC e identificados cultural y estéticamente con ese tipo de teatro marcaron distancias con los cómicos. Boadella marchó a Madrid, a dirigir los Teatros del Canal, y Joglars pasó a ser, para los atribulados barceloneses ajenos a la militancia patriótica, una opción poco frecuente y básicamente 'off Broadway', lejos de los teatros del centro de la capital.

Cualquiera hubiera dicho que Joglars perdía un determinado público (aquel más identificado con el nacionalismo catalán en su modalidad secesionista) para ganar otro, más afin al mal llamado constitucionalismo o, en definitiva, al sector de catalanes no partidarios de la independencia, al menos en los términos maximalistas y altamente despectivos en que viene esta planteada. No hubo tal cosa. Los teatros se vaciaron de los expectadores de siempre y no acudieron legiones de centristas liberales y españolistas a suplir en taquilla la defección de los catalanistas ofendidos.

La obra 'Señor Ruiseñor' que se representó en función única en Hospitalet es magnífica: divertida, chispeante, crítica y amable. Sus niveles de virulencia política son perfectamente asumibles con humor por un público adulto (moralmente adulto) sea cual sea su ideología y los seis actores llenan el escenario con ágil dinamismo, como si la compañía fuera del doble de miembros por lo menos. Su mensaje explícito no puede ser más universal, transversal si se quiere: la auténtica patria de la humanidad es el arte, y somos más de Dante o Picasso que del lugar en que por mero azar vinimos a nacer. Es el arte y la belleza lo que nos hermana, no el supuesto parentesco con algunos carniceros medievales que poblaban el territorio donde hoy pagamos los impuestos.

Si a esto unimos una puesta en escena elegante y funcional, una música inteligentemente ensamblada y el hilo conductor de la historia a través de Ruiseñor/Rusiñol y la morfina, se explica perfectamente su éxito en toda España a lo largo del 2019. Sin embargo, el hermoso Teatre Joventud no llegó a llenarse. Se hizo más que evidente que quienes no participamos del 'mainstream' patriótico catalán carecemos de capacidad de movilización, somos menos leales con los artistas que se han opuesto a un determinado tipo de poder (los independentistas lo son extremadamente con quienes se han opuesto al estatal) y ni siquiera sabemos cuáles son los productos culturales con los que podemos experimentar una cierta satisfacción estética y política. Tal vez Els Joglars no podía esperar generosidad de los soberanistas catalanes, pero ha constatado que tampoco la recibirá del otro lado de la acera. Y veo con amargo estupor que los sufridos terceristas catalanes no damos para llenar un teatro.