Dos miradas

A resguardo

"Siempre he vuelto a la lectura de Carner como quien vuelve a casa y a la verdad de uno mismo", decía Joan Ferraté

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Josep Maria Fonalleras

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Uno de los primeros poemas de Carner –'Com les maduixes'- nos informa de una abuela que come fresas. Para que sean más sabrosas tiene que recogerlas su nieta Pandara. Para la niña es un goce. Da igual que se manche ("tintat de rosa el capciró dels dits"), porque vive la plenitud de quien tiene a mano todo cuanto necesita para ser feliz. "Ignora la gropada i el xiscle de les bruixes", es decir, las injurias del tiempo, el persistente descenso hacia la muerte, el olvido y el dolor. Todo se reduce al lugar ameno donde no tiene conciencia de la derrota que, inevitablemente, llegará. Pero aún no.

La sabiduría de Carner, aquel "heroísmo abnegado" que nos habla de una experiencia común (lo decía Ferraté) consiste en hacernos evidentes los chillidos y las tempestades a la vez que construye y reconstruye el espacio donde podemos volver después del descalabro. Donde podemos volver a ser Pandara, eso sí, después de haber probado la hiel. También lo decía Ferraté: "Siempre he vuelto a la lectura de Carner como quien vuelve a casa y a la verdad de uno mismo". O como me decía ayer una amiga: "Es nuestro lugar de resguardo". Al abrigo de los vientos que nos acribillan la yema de los dedos.

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