De Zweig a Steiner
Nómadas de Europa
Stefan Zweig y George Steiner, dos pensadores errantes entre culturas que sintetizan las tragedias y las esperanzas del ideal europeo en el siglo XX
Rafael Jorba
Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Rafael Jorba
Durante una larga temporada escribí un análisis semanal sobre el pulso político de la Unión Europea bajo el epígrafe de 'Café Europa'. Era un guiño personal, a modo de homenaje, a uno de sus pensadores de referencia: <strong>George Steiner</strong> (Neuilly-sur-Seine, 1929). "El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el chismorreo, para el 'flâneur' y para el poeta [...] Mientras haya cafés, la idea de Europa tendrá contenido", decía. Steiner murió, a sus 90 años, el 3 de febrero en Cambridge.
La muerte de Steiner -sintetizaba el diario 'Le Monde'- nos enfrenta a una paradoja: por qué, en nuestra era de la globalización, la desaparición de un erudito políglota y nómada, de un pensador errante entre culturas, pero nunca superficial, se acompaña también de la nostalgia por el tipo de intelectual que ha encarnado y que parece desaparecer con él. Intentaré responder a esa pregunta enlazando su recorrido vital y sus reflexiones con las de Stefan Zweig (Viena, 1881 - Petrópolis, 1942).
Ambos escritores, oriundos de la inteligencia judía de la capital austriaca, son dos nómadas de Europa, dos pensadores errantes entre culturas, que sintetizan con sus reflexiones las tragedias y las esperanzas del ideal europeo a lo largo del siglo XX. Steiner era hijo de un banquero que abandonó Viena en 1924 ante el auge del antisemitismo. La familia se instaló en París, donde Steiner nació y pasó su adolescencia, antes de viajar a Nueva York en vísperas de la ocupación alemana.
En aquellos años Stefan Zweig era ya un reputado novelista y biógrafo que se había visto obligado a tomar también la senda del exilio. Su última parada fue en Petrópolis (Brasil), donde se suicidó el 22 de febrero de 1942, el día después de enviar su testamento vital -'El mundo de ayer'- al editor. El prefacio de la obra es el mejor retrato que se ha escrito sobre los movimientos sísmicos que, en plano sociopolítico, asolaron Europa: "Tres veces me han arrebatado la casa y la existencia […] y me han arrojado al vacío".
"He perdido a mi patria propiamente dicha, la que había elegido mi corazón, Europa, a partir del momento en que esta, presa de la fiebre del suicidio, se ha desgarrado en una guerra fratricida", constata. La caída a los infiernos de Europa es la antesala de su adiós anticipado: "He visto nacer y expandirse las grandes ideologías de masas, el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peste de todas las pestes, el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea".
El ideal europeo que había naufragado en paralelo al recorrido vital de Zweig marcó el pensamiento de Steiner. Este escritor y crítico literario, arquetipo del intelectual europeo, pudo ser testigo del resurgir de Europa. La construcción europea fue la historia de un éxito: el mayor ciclo de libertad política, progreso económico y bienestar social del Viejo Continente. Steiner puso en valor estos logros, pero también los frágiles pilares sobre los que se asentaban, en su opúsculo 'La idea de Europa' (2004).
"El genio de Europa -nos explica- es el de su diversidad, lingüística, cultural y social". Steiner reivindica esta diversidad: "No hay lenguas pequeñas. Cada lengua contiene, expresa y transmite no solo una carga de memoria singular de aquello que se ha vivido, sino también una energía evolutiva de su futuro, una potencialidad para mañana. La muerte de una lengua es irreparable". Sin embargo, nos recuerda que “los odios étnicos, el nacionalismo chauvinista y las reivindicaciones regionales han sido la pesadilla de Europa”.
La conclusión de Steiner, a modo de testamento europeo, nos invita a armonizar el péndulo de nuestra historia: "Europa sin duda morirá si no lucha por sus lenguas, las tradiciones locales y sus autonomías sociales".
Esta frase entonces hizo fortuna en Catalunya, pero se omitieron las dos preguntas que Steiner formulaba a continuación: "¿Cómo podemos equilibrar las contradictorias reivindicaciones de unificación sociopolítica y de singularidad creativa? ¿Cómo podemos disociar la preservación de la riqueza de la diferencia de la larga crónica de odios mutuos? No conozco la respuesta, solo puedo decir que los que son más sabios que yo deben encontrarla, y se hace tarde”.
La desaparición de Steiner nos obliga ahora a nosotros, mucho menos sabios que él, a preservar el ideal europeo cuando han resucitado los viejos corceles del Apocalipsis que describió Zweig en el primer tercio del siglo XX: el nacionalpopulismo, la cerrazón identitaria, los miedos y tics atávicos, la demagogia y la xenofobia.
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