Pantallas

Cuestión de fe

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Mikel Lejarza

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Algunas noticias de las últimas semanas: Vuelve 'Pasapalabra' a Antena 3, el canal que estrenó el concurso en julio del 2000; también lo hará Carlos Herrera a Canal Sur con un programa de entrevistas; Mariló Montero y Leticia Sabater serán los 'cameos' estrella en la tercera temporada de 'Vergüenza'; HBO busca Targaryens para el 'spin-off' de 'Juego de tronos'; 'Ley y orden' estrena su 'Unidad de víctimas' en lo que será su temporada vigésimo primera. También abundan los comentarios referidos a 'Operación Triunfo' y los preparativos de lo que amenaza con ser el evento del primer semestre, 'Supervivientes'. Ambos programas se estrenaron igualmente hace dos décadas.  Se anuncia serie sobre 'La Veneno', personaje popular a finales de los años 90, y en marzo regresarán 'Better things' (cuarta temporada); 'Westworld' (tercera); 'Insecure' (cuarta); 'Fargo' (cuarta) y 'Billions' (quinta). Son solo algunos ejemplos.

Sin duda, muchos obedecen a la profesionalidad de sus protagonistas o de sus propuestas. Porque no es fácil triunfar, y menos durante tanto tiempo. Así pues aplauso a todos; pero tanta vista hacia atrás indica una tendencia que, año tras año, se agudiza como característica del sector televisivo y que no es otra que su apuesta por fórmulas conocidas en busca de un público cada vez más tradicional y de edad avanzada. Sin caer en el aluvión de datos que los audímetros aportan, se puede afirmar que en la actualidad la edad media de la audiencia de las principales cadenas de televisión supera los 52 años de edad; y que cuanto más jóvenes son los telespectadores, menos tiempo pasan frente a los televisores, aunque siguen consumiendo vídeos por otras pantallas en las que se produce justamente el fenómeno inverso.

Durante el último trimestre del año pasado, los mayores de 55 años suponían el 52,2 % de la audiencia televisiva, mientras que aquellos cuya edad se situaba entre los 18 y los 24 años superaban apretadamente el 3%. Frente a esa realidad cabe amoldarse a ella apostando por productos seguros y conocidos; o intentar atraer a los espectadores más jóvenes a base de novedades. A tenor de los hechos, todo indica que el debate ni siquiera se plantea y que la televisión ha decidido incrementar su perfil tradicional en busca del público que más horas consume (los mayores), y olvidar a los más jóvenes. La tele parece haber perdido la fe en su capacidad tantas veces demostrada de llegar a todos los públicos y actúa bajo el mantra de que atraer a las nuevas generaciones es un partido que no se puede ganar y, por lo tanto, para qué disputarlo.

Sin duda el reto es complicado, pero el problema estriba en esa pérdida de confianza, porque creer en la fortaleza de uno mismo es el primer requisito para triunfar en cualquier tarea. La tele que hace unas décadas se sentía capaz de cambiar el mundo, y que ahora tanto estrena, en demasiadas ocasiones actúa como si no pudiera renovarse ni a ella misma, lastrada en exceso por el único objetivo de mantener el puesto de privilegio que la televisión ocupa en el escenario. Pero solo la renovación mantiene; quien repite, pierde curso y se retrasa.