IDEAS

Hablar con otra voz

Jeanine Cummins ha provocado rechazo en EEUU por asumir una realidad que no le corresponde: el drama de los inmigrantes

Varios migrantes cruzan el río Suchiate con sus hijos en brazos.

Varios migrantes cruzan el río Suchiate con sus hijos en brazos. / periodico

Jordi Puntí

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por si no había bastantes etiquetas para los subgéneros de la literatura actual, en Estados Unidos acaban de inventar una nueva: la pornografía del trauma (o del dolor). Así es como algunos lectores han descrito la novela 'American Dirt', de Jeanine Cummins, que en pocos días se situó entre los títulos más vendidos. 'American Dirt' describe el viacrucis de una mujer de Acapulco y su hijo de ocho años para huir de los sicarios de un cártel de la droga. Su marido es un periodista que ha escrito críticamente sobre el jefe del cártel. Al inicio del libro, durante una fiesta de cumpleaños, los sicarios matan al periodista y otros 15 miembros de su familia, pero madre e hijo se esconden y no les descubren. Luego su única alternativa es partir enseguida y tratar de entrar en Estados Unidos.

Es cierto que Cummins escribe con detalle sobre las penurias de madre e hijo, cebándose en las escenas brutales, buscando la fibra sensible, pero su mirada no va más allá que la de Tarantino en sus películas, por ejemplo. Lo que ha provocado más rechazo -esa pornografía del dolor- es que la autora asuma una realidad que no le corresponde: el drama de los inmigrantes ilegales que intentan cruzar la frontera. Los tópicos sobre los mexicanos y sus costumbres están en el centro de las quejas, pero en ellas resuenan las críticas de apropiación cultural.

Hace tiempo que el debate está vivo: desde las minorías sociales, étnicas o de género se reclama que las mayorías no se apropien de su discurso y de los rasgos de identidad particulares, porque los convierten en estereotipos. ¿Tiene derecho, un hombre blanco, a escribir usando la voz de una mujer negra? Y una persona heterosexual, ¿puede ponerse en la piel de alguien homosexual? El debate es necesario, pero me parece que por encima de todo debe haber la libertad creativa. En un artículo reciente en la revista L'’Avenç', Zadie Smith se preguntaba: "¿No somos demasiado pasivos ante los conceptos heredados? Les permitimos que piensen por nosotros". Quizás sería más creativo que nos cuestionemos los límites de las palabras y, en lugar de apropiación cultural, hablemos de "fascinación profunda por los demás", tal como proponía ella.