Apertura de la 14ª legislatura

Antimonarquismo grotesco

Con su desconsiderada actitud hacia el Rey, las fuerzas separatistas revelan que sus apelaciones al diálogo, al "mutuo reconocimiento de las partes en el conflicto de Catalunya" es pura retórica

Ilustración de Alex R. Fischer

Ilustración de Alex R. Fischer / ALEX R. FISCHER

Joaquim Coll

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Los independentistas atacan la figura del Rey siempre que pueden. Tienen una particular obsesión por deslegitimar la monarquía. No lo hacen por convicciones republicanas, pues España es una democracia parlamentaria donde la Corona no ejerce ningún poder de control ni veto, sino como forma de erosionar la Constitución de 1978 y la unidad nacionalEl plantón que las fuerzas separatistas (ERC, JxCat, EH Bildu, CUP y BNG) dieron a Felipe VI en la apertura de la legislatura, al que añadieron un descabellado manifiesto a modo de justificación, responde a esa estrategia. Sin embargo, con esa desconsiderada actitud revelan que sus evangélicas apelaciones al diálogo, a “escuchar al otro” y sobre todo al “mutuo reconocimiento de las partes en el conflicto de Catalunya” es pura retórica.

A los independentistas les molesta la monarquía porque es “símbolo de unidad y permanencia del Estado” pero sobre todo por española. Si Felipe VI fuera Alfonso XIII, es decir, un rey que tuviera atribuciones políticas, capacidad de cesar gobiernos y entrometerse en sus decisiones, estarían encantados de que su caricatura se correspondiese con la realidad. Pero es un monarca republicano en el sentido de que su poder es representativo. Es el jefe del Estado y desempeña idéntico papel al de los presidentes de las repúblicas parlamentarias. En la crítica a la monarquía se repite que es una “herencia del franquismo” como si hubiera una continuidad entre ese régimen y el actual, lo cual es una falsedad absoluta. Cuando Juan Carlos I accedió al trono tras la muerte de Franco en 1975 tenía el mismo poder que el dictador y, en cambio, lo que hizo fue impulsar la transición democrática que culminó con un texto constitucional votado en referéndum en el que la Corona se sometió al poder legislativo y ejecutivo. Pese a sus errores posteriores, eso siempre estará en el haber del Rey emérito.

Poder irreal

El artículo 64 de la Constitución precisa que los actos del Rey han de ser refrendados por el presidente del Gobierno y, en su defecto, por los ministros correspondientes, e incluso la propuesta que él debe hacer de un candidato a la investidura, y su posterior nombramiento, han de ser refrendados por el presidente del Congreso. No tiene ningún margen para imponer ni vetar a nadie. Cuando el artículo 62 afirma que el Rey ejerce “el mando supremo de las fuerzas armadas” expresa en realidad un poder irreal, aunque simbólicamente fue muy útil durante los primeros años de la Transición frente a las intentonas golpistas de una parte del Ejército. Así pues, desempeña un papel representativo, particularmente en las relaciones internacionales, añadiendo con ello un activo a nuestra diplomacia por el peso histórico de la monarquía española. Pero a los independentistas todo esto les estorba y necesitan contrarrestarlo con una caricatura, a la que atribuyen una capacidad de “tutela sobre la ciudadanía, los gobiernos y los parlamentos” que da risa. En realidad, rechazan la monarquía por española. No hay más.

Cuando afirman que el Rey no les representa, llevan razón. La monarquía no representa al Congreso ni al Senado, ni tampoco lo pretende. Ejerce otro papel. Es el jefe del Estado. En cambio, los independentistas demasiadas veces se alzan como representantes únicos de los catalanes, vascos y gallegos. Todos los discursos del Rey reciben el visto bueno del presidente del Gobierno, de manera que nunca dirá nada que no tenga antes su aprobación, aunque sí tiene la posibilidad de marcar su propio estilo en defensa de la Constitución, la convivencia democrática y el buen funcionamiento de las instituciones. Eso es lo que Felipe VI hizo de forma valiente el 3 de octubre del 2017, con el discurso seguramente más importante de su reinado, ante la actitud desleal de las autoridades de la Generalitat.

En cualquier caso, la fobia antimonárquica de los independentistas no nace con ese discurso, sino que viene de lejos con el boicot a su presencia en tierras catalanas, particularmente en contra de los actos de la Fundació Princesa de Girona. Recordemos también el intento de convertir la manifestación de respuesta a los atentados yihadistas de agosto del 2017 en Barcelona y Cambrils en un acto contra Felipe VI.  Pero para desgracia de los separatistas, la monarquía es la institución del Estado que mejor está cumpliendo su papel, particularmente en cuanto a asunción de la pluralidad lingüística de España. Solo hay que recordar el excelente catalán de la princesa Leonor, mucho mejor que el del republicano Gabriel Rufián, que esta semana se ha vuelto a poner al frente de un antimonarquismo grotesco.