El periodismo en tiempos de epidemias

Las desinformaciones no son gratuitas, tienen riesgos y pueden producir daños

Personal médico traslada a un paciente afectado por el coronavirus al nuevo hospital de Huoshenshan, en Wuhan

Personal médico traslada a un paciente afectado por el coronavirus al nuevo hospital de Huoshenshan, en Wuhan / periodico

Montse Esquerda

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Si tuviera que elegir tres palabras para definir nuestro mundo contemporáneo, mi elección sería: complejidad, incertidumbre y aceleración. Y las tres características se ponen de manifiesto de una forma intensa en un contexto de brote epidémico: se trata normalmente de una situación que emerge de una forma inesperada y rápida, con elevadas dosis de confusión y dudas, y sin soluciones simples o sencillas. Informar en un contexto complejo, acelerado e incierto es muy difícil.

Como explicaba un reciente artículo en la revista 'AMA Journal of Ethics', actualmente las epidemias comportan no solo una crisis de salud pública sino también una crisis de información, y se propagan no solo físicamente sino también digitalmente. Del mismo modo que los virus se propagan más rápidamente en una sociedad globalizada, y sin saber demasiado cómo, viajan de China a La Gomera, la información se comporta de forma similar y se expande sin fronteras, con muchas dificultades para controlarla.

Situación de miedo

Las pestes y epidemias han estado siempre asociadas a rumores, chismes, conductas supersticiosas y prejuicios. Estas desinformaciones llevaron en épocas pasadas a atacar a aquellos que eran diferentes, en busca de chivos expiatorios. Quizá como sociedad en el fondo no hemos cambiado tanto, y tenemos el precedente histórico que ante situaciones de miedo, la gente no suele comportarse de forma demasiado racional. Es decir, que las desinformaciones no son gratuitas, tienen riesgos y pueden producir daños.

Por este motivo, el periodismo tiene un papel clave, como garante de información, con una doble mirada: por un lado, facilitar los mensajes de fuentes contrastadas y fiables y, por otro, un papel de denuncia de aquellas desinformaciones, tergiversaciones más o menos malintencionadas que propagan libremente por los espacios virtuales.

Por un lado, pues, dar voz y amplificar aquellas informaciones contrastadas, procedentes también de múltiples fuentes, ya sean de expertos reconocidos, agencias gubernamentales, agentes locales, evitando el sensacionalismo, y haciendo un esfuerzo didáctico para traducir el lenguaje científico y a veces poco comprensible , al nivel de comprensión del gran público, siendo generadores de confianza pública.

Por otra parte, ser capaces de identificar los mensajes que empeoran el mal, que alimentan el miedo o los prejuicios, que pueden producir efectos colaterales, denunciando claramente que son dañinos.

Como decía Camus en su libro 'La peste', "la estupidez insiste siempre". No podremos evitar ni detener la propagación de desinformación, que en momentos de incertidumbre parece que encuentre rendijas, pero añadía también Camus: "Todo lo que el hombre puede ganar en el juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo". Es decir, las epidemias pueden ser también un buen momento de conocer quién puede gestionar mejor información y en quién ponemos la confianza.