Vivir desconectados
Lecciones de la adolescencia digital
Cada vez más jóvenes se plantean dejar de estar disponibles continuamente como un acto de reivindicación personal
Liliana Arroyo
Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social. ESADE
Liliana Arroyo
¿Cerrarías tu cuenta de Instagram, con 20 años y más seguidores que nunca? El relato adulto repite que viven en línea, bajo la hipnosis de las pantallas, y que lo virtual les aleja de lo real. El suyo, en cambio, cuenta que las pantallas son refugio y escaparate, pero sobre todo un lugar para reinventarse. A su vez, desconectarse digitalmente es una opción que se plantean cada vez más jóvenes porque dejar de estar disponibles continuamente es un acto de reivindicación personal.
Entrevisté primero a Luis, de 24 años. A los 19 empezó a competir seriamente para superarse en número de 'likes' y seguidores. Llegó a usar aplicaciones que le permitían recibir cientos de reacciones aleatorias, de personas desconocidas. Hasta que se dio cuenta de que ninguno de esos amigos de conveniencia le llevaría jamás a tomar un café. Cerró todos sus perfiles en redes sociales, de un día para el otro: “Al principio lo pasé mal, francamente mal, pero con el tiempo la gente se acostumbró a no encontrarme allí, así que de vez en cuando me escriben y me preguntan qué tal me va la vida”. Solo usa Telegram.
María, 18 años, no soporta tener notificaciones pendientes de leer. Misión imposible con el móvil sacando humo todo el día. "¿Cuántas notificaciones recibes?", pregunté. “Doscientas. Cada hora”. Probó desactivando los avisos, pero era peor: entraba compulsivamente para confirmar que no se perdía nada importante. Si hacía ayunos digitales y encendía el móvil pocas horas al día, acumulaba demasiadas notificaciones. Ahora, cuando está muy saturada lo apaga del todo, lo aparca una semana. Y ha aprendido a ignorar todo lo pasado cuando lo recupera.
Alicia, en cambio, tiene redes sociales pero no tiene las 'apps' en el móvil. Así lo decidieron ella y sus amigas, juntas. Una tarde se dieron valor unas a otras y las eliminaron a la vez, poniendo fin a rutinas que odiaban: abrir Instagram sin querer o quedarse atrapadas en Tik Tok cuando solo querían mirar la hora.
Punto de inflexión
Todas las historias tienen un punto de inflexión clave, a veces grave. Un chico inglés abandonó las redes por extenuación, pues dedicaba 12 horas al día a conseguir el selfi perfecto. Otras, generalmente chicas o miembros LGBTIQ+, dejan de publicar su vida tras sufrir acoso a través las redes. Me sorprendió descubrir la variedad de estrategias de ayunos, 'detox' y desconexiones que han desarrollado. Lo que la mayoría tiene en común es esa valentía solitaria: despliegan estrategias por necesidad y a la contra de lo que se espera de su condición digital.
Todos cuentan que ese <strong>cambio radical</strong> es complicado al principio, pero luego aprecian tener vidas menos fragmentadas, con la posibilidad de destinar la atención a lo que ellos decidan. Esa soberanía de los sentidos y las emociones la viven como la conquista más rebelde. Lo preocupante es que lo hacen por tanteo, sin referentes ni acompañamiento. Quizá los adultos estamos tan preocupados por su desconexión digital que nos ciega la auténtica brecha: la educativa.
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