Iowa como metáfora

Ha sido mala casualidad que haya fallado la aplicación que buscaba ofrecer más información sobre el caucus

Miembros de un caucus de Iowa votan en la universidad Drake, en Des Moines.

Miembros de un caucus de Iowa votan en la universidad Drake, en Des Moines. / periodico

Cristina Manzano

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Es difícil resistirse a jugar con la metáfora. La del caos del recuento en Iowa, en su día más grande; la del caos en las filas de los demócratas que deben decidir quién será el candidato o candidata que haga frente a Trump.

Ha sido una mala casualidad que, precisamente ahora, cuando todos los ojos están puestos en ver hacia dónde deriva el alma del partido, haya fallado técnicamente la aplicación que buscaba ofrecer más información sobre el resultado del caucus. El estupor general, empezando por el de los propios contendientes, es carne de cañón para el presidente tuitero y para su troupe.

En realidad, Iowa siempre ha sido una metáfora. Nada más y nada menos que eso. La democracia más original, la de la discusión asamblearia y el voto a mano alzada, para elegir la candidatura demócrata. La tradición no escrita de que quien gana allí acabará teniendo todas las papeletas para representar al partido en la batalla por la presidencia del país.

Elección tras elección el tipismo iowano ha ido ganando la atención de un público cada vez más global; además, en esta ocasión, el sentimiento de urgencia ante el desafío es si cabe mayor que nunca.

El rival de Trump

Como se ha repetido hasta la saciedad en las últimas semanas, el desafío que empieza en Iowa es elegir a quien realmente pueda disputar a Trump la presidencia. Y la cosa, ya se sabe, no está fácil. A la larga lista de candidatos se suma su gran disparidad, desde el sector más izquierdista, representado por Bernie Sanders y Elisabeth Warren, al más tradicional y moderado, encarnado por Joe Biden; desde la juventud de Pete Buttigieg al "exotismo" de Tulsi Gabbard; desde la insultante riqueza de Michael Bloomberg al millonario activismo de Tom Steyer; desde la osadía emprendedora de Andrew Yang al repentino protagonismo de Amy Klobuchar.

Sea quien sea el ganador de este caucus, la frustración se ha posado -esperemos que temporalmente- como un manto sobre el campo azul. A ello se sumará hoy martes el discurso sobre el estado de la Unión -previsiblemente convertido en un superacto de propaganda para el presidente- y mañana la votación -previsiblemente favorable a Trump- sobre el impeachment. Una de las peores semanas, sin duda, para el Partido Demócrata.

Pero esto es solo el arranque. Por delante están unas pocas citas en el mes de febrero y, sobre todo, el supermartes del 3 de marzo, día en el que votarán las primarias en el mayor número de estados. La enorme maquinaria de la democracia estadounidense está en marcha. Lo importante es que una vez que sepan quién va a ser su representante, todos los demócratas dejen atrás rivalidades y se unan con el objetivo de alcanzar la Casa Blanca, lo que no ocurrió en el 2016.

La victoria será esquiva. Pese a sus bajos índices de aprobación, Trump mantiene el sólido apoyo de un amplio grupo de votantes que lo apoyan haga lo que haga, diga lo que diga. Con unos márgenes de votos muy estrechos, esta será una campaña de cuerpo a cuerpo. Pero lo que está en juego es seguir aguantando cuatro años más al peor presidente de la historia de Estados Unidos. A ver si se aplican.