La hoguera
El derecho a la blasfemia
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
Juan Soto Ivars
Mila, una chica lesbiana de 16 años, prorrumpió en blasfemias contra el Islam después de que un joven musulmán hiciera comentarios homófobos contra ella. Sus comentarios de Instagram se viralizaron y en cuestión de minutos se había desencadenado un linchamiento que iba más allá de los típicos rituales difamatorios de la red social. Zorra lesbiana, gran puta, etc, pero también algo más preocupante: "Va a mi liceo, está en segundo, el lunes ajustamos cuentas". Algunos musulmanes de su vecindario la delataron y amenazaron de muerte, y la policía ha decidido desescolarizarla.
La ultraderecha la convirtió de inmediato en la heroína de la libertad de expresión, mientras la izquierda lamentaba sus palabras y las comunidades musulmanas oficiales murmuraban que se lo ha buscado. En Francia, la tensión entre el laicismo y la minoría musulmana está lejos de resolverse. La novela 'Sumisión' de Michel Houellebecq, la polémica de los 'burkinis', el debate sobre la prohibición del velo en la escuela o el auge del Frente Nacional en el sur del país son cuatro caras de un prisma que nunca parece encajar en Francia.
Pero la matanza de 'Charlie Hebdo' es el recordatorio de que el integrismo islámico no olvida ni perdona. Mila, con 16 años, está encadenada. ¿Para siempre? ¿Tan pronto, por un simple arrebato de furia adolescente? Las minorías étnico-religiosas deben ser protegidas porque lo habitual es que sus miembros sean discriminados y ofendidos por la mayoría, pero con los musulmanes en Europa se da la paradoja de que insultar al Dios mayoritario sale mucho más barato que hacerlo con el de la minoría. Es una cosa que da qué pensar.
¿Cómo puede seguir considerándose laico un país donde una de las blasfemias adquiere una categoría especial y pone a la izquierda de parte, no ya de los fieles de esa religión, sino de sus fundamentalistas? Es una confusión letal para la izquierda y una catástrofe para los musulmanes que viven en Francia. Los más fanáticos no deben ser sus portavoces, pero la polarización les pone en bandeja este papel. Que los fieles de una religión se sientan ofendidos por una blasfemia no da derecho a unos cuantos para amenazar de muerte a una chica de16 años o un dibujante. Cuando ocurre el debate se ha desplazado.
También se confunde en este debate, creo, el respeto y el pavor. Y es una confusión insana. Tras la matanza de 'Charlie Hebdo' solo un par de diarios se atrevieron a reproducir la portada que tanto había ofendido a los fanáticos. ¿Fue respeto por las creencias ajenas o por miedo a los asesinos? A la ultraderecha hay combatirla lo mismo cuando es cristiana que musulmana.
Desde un plano ético, el anticlerical que dice que hay que respetar el Corán comete el mismo error que el ultraderechista que sale en defensa de la blasfemia contra el islam pero condena la que se escribe contra el cristianismo o el judaísmo. Pero se nos escapa un detalle más importante: si entre la minoría hay cuantos pocos individuos capaces de una atrocidad, ¿qué respeto merecen?
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