IDEAS
Una foto de Violeta
Lucía Lijtmaer
Periodista
Lucía Lijtmaer
Comenzó a circular por las redes un retrato de <strong>Violeta la Burra</strong> en blanco y negro, uno que desde hace tiempo se exhibe en los museos, donde está joven, de frente, mirando a cámara, maquillada para el espectáculo. Lo primero que se me ocurre al verla repetida ahora por todas partes es que en esa fotografía se intuye algo de una Barcelona que parece extinta: cabaretera, nocturna, díscola. Una ciudad directa y sin eslóganes, una ciudad de puerto que huele a salitre y a ultramar.
Quizás por eso fascinó tanto a Humberto Rivas, autor del retrato, migrante como Violeta y cuya mirada, que marcó la fotografía en este país, podía ser clínica, incluso dolorosa y punzante en ocasiones, algo parecido a una autopsia en vivo. Pero no con Violeta. Como explicaba una vez Lucía, la hija de Humberto, él no sabía retratar con dureza a quien tenía verdadero cariño.
Humberto Rivas entendió la ternura de lo que encarnaba Violeta la Burra
A lo mejor de ese respeto y esa admiración que traspasa la imagen salió ese retrato menos conocido de Violeta con su madre, junto al busto de un cristo doliente. En esa foto se transparenta la humanidad, la intimidad y lo cotidiano de un amor filial a prueba de bombas. Y algo más. Rivas, como tantos otros, entendió la ternura de lo que encarnaba Violeta, y la tremenda inteligencia de aquel que ejerce el papel más importante en las circunstancias más complicadas: crear un personaje y utilizarlo puede ser un instrumento para poner en primer plano aquello que a los demás les resulta insoportable, intolerable y que por tanto debe ser reprimido.
Violeta, Pedro Moreno, artista que trascendió décadas y ciudades, encarnó en su última etapa el mito romántico de una florista barcelonesa, siempre sonriente, con su canasta bajo el brazo dispuesta a alegrar la noche a los de las barras de la Esquerra de l’Eixample a cambio de una rosa. Queda en memoria de muchos su simpatía y su dulzura, en esta ciudad que ya es otra. En mi memoria queda la foto de una Violeta nocturna y cabaretera y también esa otra foto de una familia expuesta y transparente, justo antes de que todo cambiara, justo antes de que todos empezáramos a cambiar.
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