Análisis

El Capitán Caucus contra Trump

Los demócratas son conscientes de la magnitud del reto de derrotar no ya a Trump, sino al movimiento, populista y demagogo que encarna

Donald Trump, durante un mitin en el Centro Knapp de la Universidad Drake en Des Moines, Iowa.

Donald Trump, durante un mitin en el Centro Knapp de la Universidad Drake en Des Moines, Iowa. / periodico

Joan Cañete Bayle

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

n la gélida Iowa presumen de seguir representando el ritual democrático más puro. Allí, en iglesias, escuelas e institutos, cuarteles de bomberos e incluso casas particulares, miles de personas participan en los caucus. Son encuentros de gruesos jerseys y 'cookies', en los que se grita, se aplaude, se ríe, se negocia, se cambia de bando, se cuenta, se recuenta, y se vuelve a contar entre niños que corretean y los voluntarios de las diferentes campañas. Parece una reunión de comunidad de vecinos, pero son una cosa muy seria. El voto es la presencia, los participantes en los caucus se dividen en grupos según su candidato, y el Capitán Caucus de cada uno mueve a los suyos de un lado a otro de la sala. El resultado final es poco matemático, pero carreras políticas han muerto en Iowa. Poca broma.

Porque lo que Iowa indica es <strong>si un candidato puede ganar.</strong> En el cuerpo a cuerpo, entre 'cookie' y 'cookie', en mítines en cafeterías y plazas heladas y estaciones de ferrocarril ante audiencias de medio centenar de personas. Ganar en Iowa no garantiza ni la candidatura ni mucho menos después la presidencia, pero marca un camino. El caucus de Iowa y su primaria hermana, las de New Hampshire, son la puerta de entrada a las grandes ligas, a la atención mediática y a los donantes. Y más en una competición como la demócrata de este año, tan concurrida. Debido a ello, Iowa es el primer corte.

Hasta la convención de Milwaukee en julio, las primarias demócratas coparán gran parte de la conversación política en Estados Unidos. Una elección global se dirime en un entorno eminentemente local a lo largo de todo Estados Unidos, estado a estado, primaria a primaria, con algún que otro caucus.

Los demócratas buscan una respuesta a la pregunta decisiva: <strong>¿cuál de sus candidatos es el mejor</strong> no ya para ser presidente o presidenta de EEUU, sino <strong>para derrotar a Donald Trump en noviembre? </strong>En el 2016, una candidata centrista, parte del 'establishment', con experiencia sobrada, como Hillary Clinton, cayó derrotada no en voto popular, pero sí en el recuento del colegio electoral, que al final es el que cuenta. ¿Es otro candidato del 'establishment', como por ejemplo Joe Biden, la mejor opción? ¿O la mejor estrategia es dar un péndulo y echarse a los brazos del alma más izquierdista, a lo Bernie Sanders? Ambas opciones tienen ventajas e inconvenientes, la pregunta que atormenta a los demócratas no tiene una respuesta única ni sencilla.

<strong>Al menos en este ciclo electoral,</strong> tanto los demócratas como el país son conscientes de la magnitud del reto de derrotar no ya a Trump, sino al movimiento, populista y demagogo que encarna. El candidato que intente ganar a Trump debe movilizar los a indignados votos de la izquierda, no asustar a los moderados y hablar el mismo idioma del Estados Unidos plural y multicultural para poder amasar los votos que le permitan batirse el cobre con las clases medias y trabajadoras empobrecidas blancas en el puñado de estados donde de verdad se jugará la presidencia en noviembre. El darwiniano camino que empieza en Iowa, bajo el mando de los capitanes Caucus, es ante todo el proceso de construcción de un rival a la medida de Trump. El error de 2016 fue interpretar las elecciones como un ‘cualquiera menos Trump’ cuando en realidad fueron ‘cualquiera menos Hillary’. Las de este año son ‘¿quién puede con Trump?’