El coronavirus chino
Evitar el contagio
Vivimos en un modelo tan especulativo que detrás de cada epidemia pueden estarse aireando intereses capaces de generar tanto beneficio como extensa sea la alarma
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
El mundo tiene miedo, sus sistemas de precaución son tan sensibles que un virus de la familia de la gripe es capaz de ponerlo patas arriba. Hasta los mercados se resienten por una <strong>epidemia </strong>de la que desconocemos cómo va a expandirse y qué efectos va a provocar. No sabemos nada, no hay vacuna ni tratamiento y solo la cuarentena a la que se está sometiendo a los pacientes ya infectados permitirá descifrar pistas que sirvan para ir avanzando. Pero mientras la ciencia empieza a buscar respuestas, se ha desatado la alarma: el coronavirus ha atacado ya a las bolsas, a los grandes centros de decisión mundiales y por supuesto ha entrado sin remilgos en los medios de comunicación, que le dedican portadas como si estuviéramos frente a una nueva amenaza bíblica.
Mientras avanza esta sensación de contagio universal, deberíamos tener en cuenta algunas cosas que conocemos de otras epidemias similares, y que tal vez nos sirvan para poner este virus en contexto. La primera es que como tantos otros virus, su impacto, de momento es menor. Al tiempo que en Barcelona está teniendo lugar una conferencia mundial -prevista mucho antes de que apareciera este virus- que ha revelado, ante la indiferencia del mundo, la cifra nada despreciable de 2.000 niños muertos cada día como consecuencia de la neumonía, las muertes por coronavirus en total no llegan a 200 desde que apareció esta enfermedad en China hace un par de meses. Curiosa diferencia entre un problema que somos capaces de atajar y otro del que, por lo que conocemos, todavía tiene una tasa de mortalidad menor. La movilidad de personas y los viajes a las zonas de contagio aumentan el riesgo, pero de momento de todos los casos confirmados, menos del 1% se han diagnosticado fuera de China. A diferencia del ébola este virus se puede contagiar incluso mientras se está incubando, sin que hayan aparecido síntomas, pero como aquel es probable que la mutación de este nuevo virus se desactive de la misma manera que ha aparecido.
¿Tiene sentido la alarma? Sí, en cuanto a que nuestros sistemas de salud estén preparados para recibir pacientes de una enfermedad que desconocíamos hasta ahora; no tanto, en cambio, en cuanto al juego político y a la confusión que puede generar entre la opinión pública. Vivimos en un modelo tan especulativo que detrás de cada epidemia pueden estarse aireando intereses capaces de generar tanto beneficio como extensa sea la alarma. En ese juego anda parte del contagio, pero sería un despropósito exagerarlo con lo que sabemos hasta ahora. A la hora en que la Organización Mundial de la Salud considera la declaración de emergencia, la única certidumbre que podemos tener es que si la epidemia se expande y nos afecta de manera severa, solo la ciencia y un buen sistema de salud pública -dos de las áreas mas castigadas aquí por los recortes- estarán en disposición de dar respuesta. Frente a la especulación y el temor de la opinión pública al contagio, esta es la mejor ocasión para reivindicarlas.
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