Muerte de Kobe Bryant
#MeToo y la doble moral
Ni las donaciones realizadas por alguien, ni su talento, ni su actual situación familiar, ni, por supuesto, que el personaje en cuestión haya muerto, pueden ni deben ser 'canjeadas' por un episodio de violencia sexual perpetrado
Gemma Altell
Psicóloga social. Fundadora de G360.
Gemma Altell
Ahora ya estamos en la era del #Metoo. Este hecho tiene un significado simbólico más allá de lo concreto. Ante la reciente y dramática muerte de Kobe Bryant surge la polémica sobre si deberíamos -en el contexto de hablar de su legado y su historia- incluir el episodio de violencia sexual ocurrido en el año 2003. Concretamente nos encontramos ante una especie de linchamiento mediático hacia la periodista que ha 'osado' poner encima de la mesa este episodio de la vida de Bryant.
La polémica está servida. ¿Es legitimo 'manchar' el recuerdo de un mito después de su muerte? Pero también podríamos formularnos la cuestión desde otro punto de vista: ¿es lícito ocultar las violencias sexuales en el contexto actual cuando tantas mujeres están haciendo esfuerzos por revelar su intimidad con el objetivo de visualizar una violencia machista tan frecuente bajo el pretexto de mantener limpia su memoria? Desde este segundo planteamiento considero que la respuesta es no.
Como decíamos al inicio, el #Metoo no ha sido un espejismo ni una estrategia de márketing. Es un movimiento global que pretende revolver los cimientos del patriarcado poniendo el foco en las violencias sexuales. Servirse de Hollywood ha facilitado el conocimiento global del movimiento, pero no es ni debe ser su objetivo último. Quien pretenda entender que la visibilización sobre la violencia sexual es un 'lavado de cara' del sistema se equivoca. La movilización ha trascendido a sus iniciadoras y ha contactado con un malestar generalizado de las mujeres en todas partes del mundo; por ello, la doble moral deja de tener sentido.
Legitimar al poderoso
La imagen de padre y marido perfecto de Bryant no puede -ni podrá en ese caso ni en situaciones futuras con otro personajes públicos- neutralizar las posibles violencias sexuales en las que se haya visto involucrado. Esta era ya ha pasado y no tiene vuelta atrás. Ni las donaciones realizadas por alguien, ni su talento en determinada esfera profesional, ni su actual situación familiar pueden ni deben ser 'canjeadas' por un episodio de violencia sexual perpetrado. Tampoco lo será, por supuesto, que el personaje en cuestión haya muerto. Estamos hablando de informar, con veracidad y atendiendo a la complejidad de la vida de cualquier persona, no de sentenciar ni juzgar.
Pretender poner puertas al campo -en este caso a través de sancionar a la periodista del 'The Washington Post' que 'osó' explicar este episodio de la vida de Bryant- no tiene ningún sentido y es además hipócrita. Una vez, más los poderosos quieren decidir cómo se cuenta la historia. En este caso, ya en el año 2003 se decidió cómo se contaba la historia (mejor dicho, cómo no se contaba). La pretensión es que continúe así después de su muerte; pero por muy dramática, triste y prematura que haya sido la muerte de Kobe Bryant, no lo sitúa en el lugar de los héroes sin tacha. Cada vez que reproducimos esta lógica legitimamos al poderoso e invisibilizamos las violencias, y miramos el mundo en términos de buenos y malos.
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