El conflicto catalán

Presupuestos, elecciones y nuevos liderazgos

JxCat pone en riesgo de manera irresponsable la efectividad de las decisiones del Parlament

Oriol Junqueras declara ante la comisión de investigación de la cámara catalana sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución

Oriol Junqueras declara ante la comisión de investigación de la cámara catalana sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución / periodico

Joan Tardà

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A pesar de las falsedades mantenidas a lo largo de décadas sobre la excelencia del sistema español de libertades nacido de una Transición absolutamente mitificada, una pregunta de respuesta incierta atraviesa la espina dorsal del pensamiento político de los sectores más avanzados de la izquierda española. ¿Será capaz el régimen del 78 de hacer posible una solución democrática de la demanda mayoritaria existente en Catalunya, focalizada en votar inevitablemente un nuevo encaje con el Estado o la independencia? De hecho, cuanto más progresista es la posición ideológica de estas personas más intensa es la preocupación sobre la misma viabilidad del régimen monárquico para metabolizar la cuestión territorial. Solo tienen que prestar atención a la pérdida de prestigio de la Corona, a la creciente agresividad nacionalista de la derecha, al neofascismo rampante, a la permanencia del pensamiento jacobino en el corazón del PSOE, así como al deterioro de derechos y libertades producto de actuaciones de poderes y/o de aparatos del Estado, como si se hubieran externalizado de las normas democráticas que lo configuran.

Con todo, Pedro Sánchez ha tenido que entender que la judicialización/represión como vía resolutiva del conflicto territorial no solo era un quimera, sino que lo convertía, a él y al conjunto de la izquierda española, en cautivos de la derecha . En consecuencia, se ha avenido, más por fuerza que por gusto, a explorar la apertura de una nueva fase del conflicto basada en el diálogo sin condiciones, de final incierto ciertamente, pero que contiene, como todo diálogo y negociación, probabilidades de acuerdos a refrendar por la ciudadanía. Ni más ni menos. Ni menos ni más.

El junquerismo ha optado por el reto de diseñar el escenario de la fase final del ‘procés’

Paradójicamente, este nuevo escenario, fruto de unas victorias electorales del independentismo alcanzadas a costa de grandes sacrificios, especialmente el de las víctimas represaliadas, encarceladas, exiliadas y sus familias, nunca ha sido considerado por parte de Junts per Catalunya como una conquista. Al contrario, más bien como una amenaza a su statu quo. Por ello, ni se sintieron interpelados ante la amenaza de una posible victoria electoral PP-Cs-Vox si no había investidura de Sánchez (CiU tampoco hizo nada para enterrar a Aznar al negar el voto a Rodríguez Zapatero en el 2004) ni han tenido, a pesar de los juegos de manos de las pancartas de quita-y-pon, suficiente cintura política para encarar el nuevo disparate represivo del Estado a modo de atentado contra el 'president' Torra.

O dicho de otro modo, obstinación en la praxis de los juegos de manos de apariencia patriótica, poniendo en riesgo de manera irresponsable la efectividad de las decisiones del Parlament, entre las cuales hacer jaque (sería imperdonable que fuera mate) a la aprobación de unos presupuestos que pueden, al menos, sacudir las telarañas de los cajones bien secos del Govern. De hecho, supone optar por el riesgo de empequeñecer el universo independentista al no querer reconocer que ampliarlo no solo depende de los réditos que genera la contestación a la represión, sino sobre todo de los beneficios provenientes del reconocimiento de los ciudadanos a la administración que sepa satisfacer sus necesidades.

En consecuencia, la pregunta que se cierne sobre la izquierda española sobre su capacidad para liderar, desde el punto de origen constitucionalista, la resolución de la demanda catalana, deviene simétrica respecto a la que revolotea por encima del independentismo sobre la capacidad para mantener y hacer crecer mayorías soberanistas. A estas alturas, mientras el 'president' Torra ha renunciado a ello, abandonando la centralidad donde radica el sentido común mayoritario, y prefiere correr por la banda del campo donde supone que percibirá mejor el calor del público convencido, el junquerismo ha optado por hacer efectivo el reto del diseño del escenario en que se dirimirá en los próximos años la última fase del proceso. Empezar de nuevo y convertirlo en la doctrina política hegemónica.

En este sentido, el beneficiario acabará siendo quien haya sido capaz de ser percibido por los adversarios, más allá de recibir el reconocimiento de los suyos, como parte de la solución. Oriol Junqueras y Pere Aragonés van avanzando en el camino del independentismo pragmático, el de las mayorías progresistas parlamentarias o gubernamentales lideradas por Esquerra, en paralelo al camino que persigue Miquel Iceta en cuanto a liderar mayorías constitucionalistas de carácter regeneracionista. Objetivos distintos, metodologías clónicas. Y anunciadas bajo el mismo principio: "Todo espacio político progresista no acompañado / cobijado / liderado por mí será acompañado / cobijado / liderado en detrimento mío".