análisis

La ficción y la pureza

El simple acto de negarse a retirar una pancarta, un gesto propio de un activista, acaba provocando la catástrofe de maniatar al Parlament

Oriol Junqueras en el Parlament declarando ante la comisión de investigación de la cámara catalana sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución

Oriol Junqueras en el Parlament declarando ante la comisión de investigación de la cámara catalana sobre la aplicación del artículo 155 de la Constitución / periodico

José A. Sorolla

José A. Sorolla

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El Parlament ha vivido dos jornadas que demuestran el bucle melancólico en el que está sumida la política catalana. Seis de los nueve condenados por el Tribunal Supremo en el juicio del 'procés' han comparecido este martes ante la comisión de investigación sobre la aplicación en Catalunya del artículo 155 de la Constitución. La primera inconsecuencia es el nombre. Es una comisión que no investiga nada, a la que solo asisten los grupos independentistas y que se convierte en un instrumento de propaganda.

Todos los comparecientes, desde Oriol Junqueras a Josep Rull y Dolors Bassa, repitieron que volverían a hacer lo que hicieron, algunos con la aclaración de que la próxima vez lo harán mejor. Excepto una ligera referencia de Raül Romeva, no hubo ni un gramo de autocrítica. Todos, eso sí, culparon al 155 de los peores males, entre ellos la paralización de proyectos sociales y de otro tipo. Pero, a la vista de la paralización del Govern de Quim Torra desde su toma de posesión, igual es que se sigue aplicando el 155 y no nos hemos enterado. En las intervenciones, sobre todo en la de Junqueras, no faltaron las llamadas al diálogo, una palabra sin significado alguno desde el momento en que el diálogo se concibe solamente para conseguir lo que se busca, sin asomo de cesión o de comprensión alguna de las razones del “otro bando”. Una comisión que no investiga, a la que solo asisten los convencidos y que solo sirve para exagerar las consecuencias del 155, sin preguntarse por las causas de su aplicación, es solo un elemento más de la ficción de la política catalana.

El otro elemento del bucle melancólico es el lamentable espectáculo vivido el lunes en la Cámara, donde se escenificó como nunca <strong>la división entre los independentistas. </strong>Pero no se puede olvidar que lo ocurrido –aceptación por ERC de la retirada del escaño de Torra, negativa de Junts per Catalunya (JxCat) a votar e imposibilidad de aprobar leyes como los Presupuestos-- procede de una decisión tan nimia como la negativa del president a retirar una pancarta que nunca debió colgarse en el Palau porque violaba la neutralidad de las instituciones y más en campaña electoral. Esa “desobediencia estéril” de la que ahora habla ERC –tan estéril que al final la pancarta fue retirada— ha acabado provocando un terremoto político.

Torra adujo que con su actitud defendía las instituciones, argumento al que sigue recurriendo para negarse a devolver el acta de diputado o para no acatar ninguna de las resoluciones judiciales que le afectan. Es una actitud de pureza frente al pragmatismo de la realidad o al respeto de la separación de poderes, siempre tan negada. Pero la pureza es como el aleteo de la mariposa que puede provocar una catástrofe. El simple acto de negarse a retirar una pancarta, un gesto propio de un activista, acaba provocando la catástrofe de maniatar un Parlament incapacitado para aprobar leyes que mejoran la vida de la gente y el naufragio de un Govern que ya apenas se mantenía a flote. Si JxCat no rectifica, las elecciones anticipadas son la única salida.