ANÁLISIS

Kobe no se acaba

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Antoni Daimiel

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El destino es caprichoso pero en este caso se ha extralimitado, se ha salido por una vía que no correspondía y se ha colocado de frente y en sentido contrario al resto del mundo. El destino de cuando en cuando se comporta como un kamikaze. Un guionista cruel o la saga de James Wong 'Destino Final' no lo hubieran diseñado con tanto detalle. El helicóptero donde viajaban Kobe Bryant y su hija se precipitó, entre la niebla, después de 40 minutos de vuelo y 15 horas después de que LeBron James superara a Bryant en la clasificación histórica de anotadores, precisamente en Filadelfia, la ciudad natal de Kobe. La desgracia, además, ocurrió el día del 43º cumpleaños de Vince Carter, el único jugador de perímetro de la historia que ha sido capaz de superar las 20 temporadas que Bryant disputó en la NBA.

Kobe viajaba con su hija Gianna, la que parecía preparada para prolongar el legado baloncestístico de su padre. Gianna tiraba y se sacrificaba en la pista como Kobe y había salido a su padre en su obsesivo deseo de perfeccionamiento baloncestístico. El que fuera jugador de los Lakers durante dos décadas había trasladado su obsesión a la evolución deportiva de su hija. La entrenaba de manera particular, entrenaba a su equipo, la encaminaba a esa perfección que tan bien conocía.

Como un santo

Lo hizo hasta el mismo sábado, el día previo a la tragedia. Y el domingo se trasladaban para la disputa de un partido, con ese trayecto matinal de poco más de media hora de vuelo entre Orange County y Thousand Oaks que se había convertido en una rutina habitual. En Thousand Oaks se localiza la Mamba Sports Academy, un centro de entrenamiento y formación polideportiva para jóvenes que Kobe creó en el 2018.

Kobe tenía el deseo y la ambición que nadie, salvo quizá Michael Jordan, ha tenido en una cancha

¿Qué pasa, en este mundo tan insensible, que un suceso como este desmiente la frialdad imperante? ¿Por qué llora esa gente? No me refiero a los que lo veneraron con velas, como a un santo, el mismo domingo a las afueras del Staples Center. Ni siquiera a Jack Nicholson, LeBron James, Doc Rivers, entrenadores y jugadores de la liga. Pero, ¿por qué lloran los aficionados o los que ejercieron en la distancia de meros espectadores? Por eso, porque SOLO lo vieron jugar. Verlo jugar fue suficiente para que calara, para que impregnara eternamente. Cada pequeño movimiento lo tenía perfeccionado, había entrenado cada coyuntura que pudiera surgirle sobre el parqué y tenía el deseo y la ambición que nadie, quizás salvo Michael Jordan, ha tenido en una cancha.

La gente de la calle también lo llora porque ser el mejor o uno de los mejores durante dos décadas llena hasta arriba los depósitos vitales. Hay gente que nació con Kobe Bryant siendo una estrella del baloncesto y cuando se independizó todavía Kobe dominaba.

Nos ha tocado, además, más de cerca porque es probable que el camino más corto que Pau Gasol tenía hacia el título fuera a su lado y que aquel Kobe Bryant que entraba en la treintena solo podía volver a ganar con un jugador y un tipo como Pau junto a él. Kobe, un apóstol del viaje individual, del reforzamiento individual contra el resto del mundo que le amenaza, tuvo grandes asociados. Phil Jackson, Shaquille, Gasol, su agente y amigo Rob Pelinka. Pero se ha marchado agarrando la mano de Gianna, su alter ego.