dos miradas

El vuelo gallináceo

Mientras algunos se dedican con ditirambos inflamados al vuelo gallináceo, los demás son tachados de gallinas y de traidores porque piensan que, mientras dure la guerra, mejor gobernar que ejercer de mártir

La Mesa del Parlament asume que Quim Torra ya no es diputado

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en el hemiciclo del Parlament. / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Es evidente que Torra, cuando desobedeció, al mantener aquella pancarta (que se retiró al cabo de unos días, recordémoslo: fue una mínima desobediencia), tenía en la cabeza una maniobra, una táctica, que perseguía al menos dos objetivos, no necesariamente convergentes. Que sirviera de detonante para una acción de más relieve o que funcionara como un parapeto honorífico para un honorable y digno (a su juicio) adiós a la presidencia. Lo sabía entonces y lo sabía cuando se declaró culpable.

En el primero de los casos -los grandes momentos a veces nacen de pequeños gestos sin sustancia- los renovados guantazos del Estado, en forma de tribunal penal o de mera instrucción administrativa, debían provocar un nuevo descalabro, una insurrección popular. No es el caso. En el segundo, se trataba de un suicidio anunciado. Y sobrero. Allí nació el despropósito que ahora campa en el Parlament. "Desobediencia estéril", como ha dicho Sergi Sabrià, o "simbolismos de corto vuelo". Mientras algunos se dedican con ditirambos inflamados al vuelo gallináceo, los demás son tachados de gallinas y de traidores porque piensan que, mientras dure la guerra, mejor gobernar que ejercer de mártir.