Regreso a Auschwitz

Un visitante se hace un 'selfie' a la entrada del campo de exterminio de Auschwitz.

Un visitante se hace un 'selfie' a la entrada del campo de exterminio de Auschwitz. / periodico

Rafael Vilasanjuan

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Aunque con el tiempo los supervivientes de la que fue capital del horror vayan desapareciendo, la memoria quedará para siempre. Auschwitz, el centro del Holocausto, seguirá siendo el símbolo de la barbarie humana donde en nombre de una pretendida civilización superior se masacró a más de un millón de personas, la mayoría judíos. Un descenso al infierno donde recalaban trenes de ganado repletos de personas que se dividían entre los que podían trabajar hasta la agonía y los que se mandaba inmediatamente a la cámara de gas.

Revisitar esa historia, rememorarla, regresar a Auschwitz, donde en el silencio retumban gritos de horror, es útil en la batalla de la memoria contra el olvido. Porque aunque hayan pasado tantos años, tal vez no quede tan lejos. Aunque nada es comparable, al menos por ahora, la manipulación que dio pie a aquel matadero puede estar filtrando nuevamente. Eso sí, con la enorme diferencia de que ahora sabemos que la barbarie existió y conocemos las maniobras que la hicieron posible.

Hay que regresar a Auschwitz para entender que no fue Hitler en persona quien gaseaba. Eran soldados nazis los que en esa época no tenían la menor duda de que los judíos no eran dignos de vivir en sus ciudades. Primero los metieron en guetos, después en campos de concentración, luego de exterminio. Algo que hubiera sido imposible sin la propaganda, la principal estrategia que Hitler utilizó para lograr su objetivo. A los judíos se les acusó de todos los males que afectaban a un país por entonces enormemente deprimido. Se polarizó el discurso y les lanzaron contra toda la población. Eran demonios, ladrones, ratas que pretendían quitar el trabajo a los alemanes y así una larga lista de descalificaciones repetidas en discursos oficiales y conferencias que circulaban por la radio y se repetían en cines y teatros. El odio alcanzó a toda la población hasta convencerles de que 'ellos' no formaban parte de un proyecto superior y se les podía tratar como animales.

El  mundo que se pretendía civilizado dijo entonces "nunca más", pero con los años, incluso el presidente polaco no se ha sentido obligado a asistir al memorial de las víctimas, mientras alimenta el mismo ultranacionalismo que las provocó. Recordar aquel horror debería evitar el regreso a cualquier tipo de barbarie humana, empezando por la que sucede hoy en nuestras costas, donde estamos dejando morir a un número inferior, pero por las mismas razones. Las nuevas víctimas de este holocausto no tienen derecho a intentar una vida digna y normal entre nosotros. No importa que agonicen en el desierto, que sean esclavos en manos de mafias o mueran ahogados. No importa que sean niños. Son 'ellos' los causantes de todos los males que nos atañen y 'nosotros' aceptamos que sean tratados como animales, mientras un sentimiento ultranacionalista va trufando la sociedad europea con un aroma que apesta al tufillo que alimentó aquella tragedia. El regreso a Auschwitz debería servir, al menos, para prevenir uno nuevo.