Análisis

La calma frente a la crispación

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Rosa Paz

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Con Pablo Casado enredado en el pin parental, un planteamiento al que se ha dejado arrastrar por la extrema derecha y que nunca había preocupado al PP, que gobierna desde hace décadas varias comunidades autónomas, la de Murcia entre otras, el presidente Pedro Sánchez se ha volcado en su objetivo de calmar y desinflamar. Sánchez se ha instalado en el modo ibuprofeno que no solo destina a tratar de bajar la tensión en el conflicto catalán, aunque ese sea su principal objetivo. Aplica también el mismo remedio al ambiente general del país, como vía para aminorar la crispación, y lo administra igualmente para intentar disminuir la preocupación de los inversores extranjeros, suponiendo que estos estuvieran preocupados por la coalición de PSOE con Unidas Podemos.

De momento al presidente no le va mal en su empeño. En los diez días que han pasado desde la formación del nuevo Gobierno, está siendo el Ejecutivo el que marca la agenda y el que capitaliza los debates. Incluso en el asunto del intento de censura parental a determinados contenidos de la enseñanza, la pauta de la polémica la marcaron tres ministras desde la sala de prensa Moncloa —María Jesús Montero e Isabel Celáa, del PSOE, e Irene Montero, de Unidas Podemos—, y después, con el PP embarullado en el tema y para no darle más bola a Vox, también es el Gobierno el que está bajando el diapasón. No en vano es este un debate ideológico, que confunde a las derechas y contribuye a cohesionar la coalición entre los dos partidos de izquierdas. 

Es verdad que el nuevo equipo gubernamental aún se está estrenando y que si consigue aprobar los presupuestos —dice Sánchez que para el verano— queda mucha legislatura por delante y en ese tiempo las cañas pueden tornarse lanzas. Pero a los agoreros que vaticinaban todo tipo de calamidades por y para la coalición del Gobierno desde sus albores, los hechos hasta ahora no les están dando la razón. La alianza parece sólida, a los flamantes vicepresidentes y ministros de ambas formaciones se les ve tranquilos —y contentos— mientras el presidente se desenvuelve con habilidad con ese tono calmado, impasible, que utilizó en la trifulca que fue el debate de investidura y del que sigue haciendo gala en sus apariciones públicas, sean estas en TVE o en la cumbre de Davos.

Con ese control, al menos aparente, de la situación, se ha sabido, por ejemplo, que el PSOE se dispone a abordar una reforma del Código Penal para rebajar las penas por los delitos de rebelión y, más importante, de sedición, que cuando se produzca beneficiará directamente al líder de ERC, Oriol Junqueras, y al resto de condenados en el juicio del ‘procés’. Desinfamar el conflicto. La oposición ha anunciado que recurrirá por todas las vías lo que considera un indulto encubierto, pero se ve que a sus protestas les cuesta cuajar. No porque sus ataques a Sánchez no tengan eco en los medios de comunicación y en una parte de la sociedad española, que lo tienen y mucho, si no porque su acción opositora parece haber perdido pie después de sus excesos en la investidura. Se podría decir que la ciudadanía española prefiere la calma a la crispación, pero no conviene hacerse ilusiones.