Micromachismos

'Manspreading' moral

Me niego a creer que la masculinidad exima de serie de la capacidad y de la obligación de ser empático

Dos viajeros del metro de Barcelona ocupan tres asientos con su 'despatarre'.

Dos viajeros del metro de Barcelona ocupan tres asientos con su 'despatarre'. / periodico

Mar Calpena

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Leía el otro día un artículo de José Luis Serrano sobre la autopercepción de los hombres en la piscina, o, mejor dicho, a la hora de elegir carril en la piscina, y el hecho de que muchos ellos optan por el más rápido, mientras que las mujeres, aun nadando más deprisa, se decantan casi siempre por carriles más lentos. Nadar fue durante muchos años mi deporte favorito, y doy fe de que esto es cierto. Es habitual que en cada piscina haya un par de carriles ocupados por triatlonistas tatuados (o por señores mayores que esconden la barriga) asestando sonoras bofetadas y patadas rabiosas al agua o a quien se cruce accidentalmente en su camino. Sospecho que son los mismos tipos que me encuentro desafiando a la lumbalgia en la cola del supermercado, cargados hasta las cejas con alimentos o bebidas, pero impedidos por algún extraño mecanismo para coger siquiera una mala cesta en la que transportar su alijo de teórica comida sana (pizza, huevos, flanes, congelados varios o un cartón de sushi, patatas fritas y un 'smoothie' de frutas, a modo de coartada moral).

Curiosamente, no se los suele ver levantando algo tan poco sexi como un bote de detergente o unos rollos de papel de váter. Eso ya se lo traerá alguien a casa. Ellos tienen prisa, solo han venido a buscar un par de tonterías, gruñen a la cajera, y miran con impaciencia y superioridad al resto de la cola. ¿Acaso no ve el mundo que se están deslomando?

En el ámbito público, el diputado popular García-Margallo, a su vez, se duerme en su sillón del Parlamento europeo y cuando le afean la conducta saca pecho, inmune a la crítica. Nos hallamos frente a una crisis: la de un exceso de autoestima, en relación inversa a la empatía. Estos ejemplos, y otros que se le ocurrirán al lector -el más célebre quizá el 'manspreading' o despatarre masculino-, ilustran que el machismo, en su vertiente más 'micro', tiene algo de “tragedia de los comunes” de las relaciones humanas: lo que no es de nadie -como la hombría que denota nadar en carril rápido, no hacer uso de un carrito del súper o dormirse en sede parlamentaria y chulear de ello- lo pagamos todos, y trasciende la relación entre géneros para enturbiar muchas más dimensiones de la vida. Porque reconocer que se tienen límites es una medida de generosidad con los demás.

Siempre habrá alguien que nade más rápido, que cargue más peso o que esté menos cansado, y cuanto antes lo admitamos, más justa será la existencia. No soy demasiado partidaria de la idea de 'feminizar' la política ni cualquier otro ámbito, porque me niego a creer que la masculinidad exima de serie de la capacidad y de la obligación de ser empático. Además, qué caramba, también existen las mujeres soberbias, ¿no? Pero sí creo que cuando operamos en el espacio público nosotras seguimos estando condicionadas para ocupar menos espacio, no relajarnos y saber administrar bien nuestras cargas. Quizá sea por eso que empujamos con paciencia nuestros carritos, mientras otros siguen confundiendo la velocidad con hacer muchos aspavientos y patalear con furia contra el agua.