Paralelismos con hace un siglo

Los felices y alocados años 20

¿Será esta una etapa homónima? Las desigualdades, el auge del autoritarismo y el clima no invitan al charlestón

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Olga Merino

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En los primeros días del año me llegó por WhatsApp una felicitación viral, un vídeo simpático hecho con imágenes superpuestas de gente fiestera, collares de perlas hasta el ombligo, boas y flecos de seda, piernas al aire, señores repeinados hacia atrás como Rodolfo Valentino, fotos de la bohemia parisina en los cafés de Saint-Germain-des-Prés y coreografías al ritmo de una música vivaz, con una invitación final a “no pensar en el mañana”. El montaje pretendía saludar la llegada del 2020 como un posible remedo de los hedonistas años 20 del siglo pasado, los ‘roaring twenties’, como dicen los anglosajones. ¿Será esta una década espejo?

"Algo tenía que hacerse con toda la energía nerviosa acumulada y no gastada durante la guerra”, escribió Scott Fitzgerald

¡Ah, qué época! El fox-trot, Josephine Baker y el charlestón. Bailar, bailar y bailar hasta desvanecer el fantasma de la gran guerra, que se había saldado con una carnicería de casi 20 millones de muertos. Salieron a la calle las ‘flappers’, muchachas audaces que se cortaron el pelo por la nuca, se subieron las faldas hasta la rodilla y se pintaron un corazón en los labios para fumar, beber y besar. Años hermosos y juguetones, rebosantes de espuma. Como escribió el norteamericano Francis Scott Fitzgerald, “algo tenía que hacerse con toda la energía nerviosa acumulada y no gastada durante la guerra”.

Aquellas chicas, como Clara Bow, dijeron adiós al corsé. Si las mujeres habían trabajado en la industria armamentística, desempeñando oficios hasta entonces privativos de los hombres, no estaban dispuestas a abrazar de nuevo el papel decimonónico de ‘ángel del hogar’ ni a contentarse con el paripé de la beneficencia. Al menos, la lavadora, la plancha y la aspiradora eléctrica las liberaban un poco de las servidumbres domésticas. Una década decisiva para la emancipación femenina, que en algunos países recibió un espaldarazo con la obtención del derecho a voto (en España hubo que esperar hasta 1933, con la República).

Época vibrante

Fábricas, ciudades en auge y campesinos convertidos en proletarios de la noche a la mañana. El capitalismo industrial llegaba entonces a su cénit con la producción en serie —¿quién no recuerda la magnífica escena de Charles Chaplin en ‘Tiempos modernos’ (1936), asfixiado en la cadena de montaje?—, en un frenesí consumista espoleado por la aspiración de las clases medias a una vida de bienestar y compras a plazos. El periodo de reactivación económica tras la primera guerra mundial (1914-1918) colocó a Estados Unidos al timón del mundo. Mucho después, los historiadores hablarían de la excesiva deuda exterior y la mala distribución de la riqueza. 

Solo la gran novela pareció vislumbrar lo que estaba por venir: la debacle económica, la furia fascista

Fue una época vibrante como pocas y de esplendor en las artes, liberadas de prejuicios y ataduras: el jazz y Louis Armstrong; el ‘art decó’; el racionalismo arquitectónico de la Bauhaus; el surrealismo, André Breton, Luis Buñuel y Dalí; la Generación del 27; el glamour, la moda, Coco Chanel y el sombrero campana; la Metro-Goldwyn-Mayer… Toda la producción artística de aquel tiempo parece teñida de un burbujeante color champán, salvo la gran novela: ahí están Proust y su evocación nostálgica de un tiempo irremediablemente perdido; Kafka y el desamparo del individuo; Joyce y la sórdida vida contemporánea; ‘La montaña mágica’, de Thomas Mann, que sitúa a la Europa de su tiempo, enferma y decadente, en un sanatorio alpino. Y, por supuesto, ‘El gran Gatsby’, de Scott Fitzgerald, tal vez la novela más representativa de los años 20 en EEUU, una obra maestra que, a pesar de las fiestas hasta el amanecer que de ella quiso extraer Hollywood, supone una profunda crítica del sueño americano, un retrato del vacío y la avaricia, la mortaja del fracaso. “Fue una era de milagros, una era de arte, una era de excesos y una era de sátira”. Otra vez Fitzgerald, cuya poética, como sostiene su traductora, Yolanda Morató, oscila entre el ‘boom’ (la prosperidad) y el ‘gloom’ (el pesimismo). Años hermosos y malditos. Solo la literatura vislumbró lo que estaba por venir: la debacle económica del 29, la gran depresión, la furia fascista.

Una no querría sonar fatalista, pero no parece que la década recién estrenada vaya a compartir la alegre despreocupación de los primeros años 20. Los síntomas son bastante desalentadores por doquier: el tremendo desafío del cambio climático; el auge del nacionalismo autoritario (EEUU, Rusia, Brasil); el recorte paulatino de las libertades y la privacidad; Europa en pijama, con el ‘brexit’ en puertas; y la crisis del capitalismo, ahora financiero, con brechas de desigualdad cada vez más pronunciadas y escasos visos de que la maquinaria del crecimiento pueda mantenerse a todo gas. ¿Qué hacer? Seguir creyendo en la posibilidad de mejorar las cosas y luchar por que el final de la década no se parezca en nada a los terribles años 30 ni a la película ‘Metrópolis’ (1927), de Fritz Lang, una pesadilla distópica donde los pobres viven en un gueto bajo tierra.