A pie de calle

Mercancías ficticias y autoprotección de la sociedad

Necesitamos un contrato social en el que el mercado no sea un fin en sí mismo sino un medio para construir una sociedad más justa, más humana y más próspera para todos

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zentauroepp47603122 barcelona 02 04 2019 desallotjament de la casa africa on v190402123523 / ÀNGEL GARCÍA

Guillermo Casasnovas

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Ya decía mi madre que la mayoría de cosas, en exceso, no son buenas, y en nuestra sociedad tenemos un exceso de mercado. Tanto que, en lugar de tener una sociedad con mercado, tenemos una sociedad de mercado, donde la propiedad privada y la maximización del beneficio económico pasan por delante de cualquier otra consideración. ¿Por qué si no sacamos de su barrio a una familia que lleva 20 años pagando religiosamente el alquiler? ¿Cómo valoramos las consecuencias de esa pérdida de lazos comunitarios y estabilidad vital, tanto para esa familia en particular como para la sociedad en general?

Hay sectores donde la excesiva mercantilización tiene efectos perniciosos sobre la vida y la dignidad de las personas, y en consecuencia para el buen funcionamiento de la sociedad. El economista y antropólogo Karl Polanyi lo explica muy bien en 'La Gran Transformación' (1944), donde habla de la tierra, el trabajo y las divisas como "mercancías ficticias". Su análisis sobre la mercantilización de la sociedad durante el s. XIX detalla cómo la sociedad intenta autoprotegerse ante estos ataques, con el problema de que esta respuesta es fácil que vire hacia el proteccionismo, el nacionalismo excluyente y el populismo, tal como se vio a principios del s. XX.

En una reciente publicación en ‘Cristianisme i Justícia’ actualizamos al siglo XXI esta crítica a los excesos del mercado en tres ámbitos significativos (vivienda, trabajo y finanzas), ofreciendo algunas pistas sobre cómo la sociedad se puede autoproteger de manera que no se tengan que coartar las libertades individuales y colectivas. El actual mercado de la vivienda tiene a un 42% de las personas en régimen de alquiler dedicando más de un 40% de la renta a pagar su vivienda, favoreciendo las burbujas inmobiliarias y la especulación. Para preservar este derecho humano básico, son necesarias políticas públicas que incrementen el parque de vivienda social y asequible (para pasar del actual 2% al 15% de la media europea) y coordinar a los distintos actores involucrados para recuperar la función social de la vivienda.

El mercado, al servicio de la sociedad

El mercado laboral, donde la uberización y la precarización han sido las principales tendencias, ha llevado a grandes desigualdades entre las rentas percibidas por el capital y por el trabajo. La consecuente concentración de la riqueza y aparición del ‘precariado’ muestran las consecuencias negativas del sistema, en el cual los estados deberían intervenir con una fiscalidad más progresiva y un refuerzo (en lugar de una regresión) de los sistemas públicos de salud y educación. Finalmente, los mercados financieros también han dado últimamente sobradas muestras de sus limitaciones: burbujas especulativas, asimetrías de poder, cortoplacismo y elusión fiscal, a menudo no son la excepción sino la norma. Para que los mercados financieros estén al servicio de la sociedad se tienen que adoptar medidas, ya sea por convicción o por coerción, que introduzcan el impacto social y medioambiental de las inversiones como una variable igual de importante que el famoso binomio rentabilidad-riesgo.

El mercado es, pues, a menudo, un buen sistema para la creación y asignación de riqueza, pero su incapacidad para autorregularse tiene consecuencias negativas en determinados ámbitos. Si queremos que esto no se traduzca en guerras comerciales, protestas generalizadas y socavación de la democracia, necesitamos un contrato social en el que el mercado no sea un fin en sí mismo sino un medio para construir una sociedad más justa, más humana, y más próspera para todos.