Un reto ineludible

Sin contrato social no hay Europa

La política de austeridad actuó como un disolvente de la cohesión social interna y del vínculo emocional con la UE

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Antón Costas

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¿Por qué ha aumentado el nacionalismo y ha disminuido el apoyo popular al proyecto europeo? No hay una única causa. Pero una de las más importantes es la falta de un contrato social europeo que ofrezca seguridad y protección a los individuos y territorios que forman la Unión frente al riesgo de quedarse atrás ante los cambios económicos, tecnológicos y demográficos. 

No solo falta un contrato social europeo, sino que durante la crisis financiera y económica de la última década las instituciones europeas contribuyeron de forma dramática a romper los contratos sociales nacionales. La política de austeridad, con sus recortes de gasto social en educación, sanidad y empleo, actuó como un poderoso disolvente de la cohesión social interna. Y también del vínculo emocional con la UE. 

Recobrar el control de sus vidas y de su futuro

No debería sorprendernos el resurgimiento del nacionalismo y la eurofobia. Los individuos y los territorios que se sienten abandonados a su suerte están intentando recobrar el control de sus vidas y de su futuro. Los dirigentes populistas son los que saben captar mejor esa demanda de protección frente a los vientos huracanados del cambio tecnológico, climático y demográfico.

La historia nos enseña que todo sistema político sin un contrato social acaba descosiéndose por múltiples costuras. Eso es lo que le está ocurriendo a la UE y también a algunos estados nacionales. Pero, ¿qué es un contrato social? En esencia, es el compromiso de aquellos a los que les va bien con aquellos otros que al no tener oportunidades de participar en la prosperidad que crea la economía corren el riesgo de quedarse varados en las cunetas de la pobreza y el desempleo, y sin poder llevar una vida digna.

La emergencia climática puede convertirse en un impulso moral necesario

Todos los sistemas políticos que han existido a lo largo de la historia han tenido algún tipo de contrato social. En el sistema feudal, basado en la sociedad de los tres pilares, el campesinado aceptaba su servidumbre a cambio de la protección física de la nobleza y el amparo espiritual del clero. Algo similar hicieron los sistemas políticos aristocráticos basados en la propiedad de la tierra. 

El capitalismo comercial e industrial de los siglos XVIII y XIX rompió el contrato social feudal, pero no vio razones para construir otro alternativo. Los economistas clásicos contribuyeron a esa ausencia con la utopía de una economía de mercado autorregulada que no necesitaba ningún compromiso social entre capitalistas y obreros industriales. La aristocracia del dinero surgida de la revolución industrial no tuvo el sentido moral de que noblesse oblige de la vieja aristocracia basada en la tierra.

Se tardó un siglo en construir un nuevo contrato social. Las dos guerras mundiales crearon el impulso moral necesario. Los ricos se comprometieron a dar oportunidades a los más frágiles. El progreso económico, la prosperidad de las clases medias y trabajadoras, la extensión de la democracia liberal y el aumento de la cooperación internacional en los últimos tres cuartos de siglo se han debido a esos contratos sociales nacionales de posguerra.

La Unión Europea nació en ese clima de prosperidad. En ese escenario, no necesitó dotarse de un contrato social propio. Pero las circunstancias han cambiado. La mala noticia es que la UE está poco preparada institucionalmente para construir un nuevo contrato social europeo. Y, lo que es peor, no hay un impulso moral que haga que los gobiernos y los ciudadanos ricos se sientan comprometidos con la suerte del resto. 

Globalización y desindustrialización

La buena noticia es que hay una oportunidad. La amenaza del cambio climático puede sustituir a la guerra en la creación del impulso moral que es necesario para la construcción de un nuevo contrato social europeo. Pero para ello habrá que cambiar la estrategia de lucha contra el cambio climático. La rebelión de los 'chalecos amarillos' franceses es un ejemplo de cómo muchos individuos y territorios temen que con la política del cambio climático les suceda lo mismo que con la globalización y la desindustrialización. Solo una nueva estrategia basada en un programa de grandes inversiones para una transición verde y digital justa, capaz de crear empleos en las pequeñas ciudades y las comunidades rurales, puede crear el consenso necesario ante el cambio climático. 

Este Green New Deal es una pieza del nuevo contrato social europeo. Pero se necesitan también acciones en el terreno salarial y de la protección del desempleo.  En este sentido, la Comisión Europea presidida por Ursula von der Leyen parece haber comprendido que sin un nuevo contrato social no hay Europa.