EL CIERRE
Para nuestro disgusto, no es cuestión de gusto
Setién solo dejará un brillante legado si es capaz de curar ese virus de la vulnerabilidad en grandes partidos que azota a la plantilla desde hace casi un lustro
Antoni Daimiel
Periodista
Antoni Daimiel
Hay gente que ve a Setién como a Charlton Heston, sujetando el caballo en una playa delante de lo que queda de la Estatua de la Libertad en 'El planeta de los simios'. Y no es tanto así, al menos lo de la estatua. El Barcelona cambia de entrenador pero está por determinar en cuántos grados pueda cambiar el rumbo, si lo enderezará o el timón acabará perdiendo guía. Los bandos, como las bandadas, rompen nubes como sueños. Las guerras de opinión crean alianzas o enemigos por sintonía o interferencia y así luego es complicado defender postulados o evitar el sonrojo de la hemeroteca.
Por mucho que nos lo escriban melódico y en consonante a ningún entrenador lo echan por no jugar lo suficientemente bonito. Con Valverde se han sustanciado unos cuantos resultados insuficientes enlazados por una línea que ha unido puntos dispares como Anoeta, el Clásico, Cornellà-El Prat y Arabia, un trazo para el cierre por extinción de fe. Nadie consolida en el tiempo un puesto de alto ejecutivo con el comodín de la bondad o de lo razonable. Lo más determinante para la vulnerabilidad de Valverde es que nunca pudo crear el antídoto para la patología que condicionó los estruendos de Roma, Liverpool y Yeda. Una dolencia que empieza y acaba en el grupo de jugadores, más cerca de la cabeza que de los pies.
Vuelve Setién para recuperar el apasionante debate sobre el verdadero fútbol, sobre el estilo, sobre la cuestión estética. Y nos debemos felicitar porque será oliva virgen para los secos debates mediáticos. Volverán a chocar decoro y ratonería. La grada y la prensa, casi como reivindicando un valor patrio, comulgan en su mayoría con la picardía y el balonazo. Incluso hay una artificial e intencionada teoría durante las dos últimas décadas que entronca el juego rudo con la humildad, el pueblo y la ideología progre, un giro manipulado a la esencia representada en futbolistas como Garrincha, Mágico y Maradona.
Integrista del toque
Quique Setién es un integrista del toque y del juego de ataque. Sus críticos anuncian que con más de 60 años no ha entrenado a un grande o que ha salido mal de todos los clubes donde ha estado. Sus adeptos reivindican los ascensos con Racing de Santander y Lugo, el undécimo puesto en Primera con la UD Las Palmas (a base de rondos de Roque Mesa, Tana y Viera contra rivales de verdad) o el sexto puesto y la clasificación europea del Betis.
En el Barcelona a buen seguro llevará a los culés en el Camp Nou a goleadas de resultado tenístico, asociará a Arthur y De Jong como si jugara al FIFA y desgastará el botón del triángulo de la videoconsola como nunca antes, con Messi y Griezmann. Pero ni sus persistentes censores ni los degustadores más finos de su fútbol tendrán gran decisión sobre su éxito. Solo dejará herencia y un brillante legado si es capaz de curar ese virus de la vulnerabilidad en grandes partidos que afecta a esa plantilla desde hace casi un lustro.
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