La generación joven

Los años 20

Siento que mi generación es la primera que colectivamente le ha visto la cara sin maquillaje al apocalipsis

Concentración del  movimiento de las sardinas  contra las políticas de la ultraderechista Liga en Nápoles, el pasado 30 de noviembre.

Concentración del movimiento de las sardinas contra las políticas de la ultraderechista Liga en Nápoles, el pasado 30 de noviembre. / periodico

Ricard Ustrell

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Desde muy pequeño tengo la percepción de que moriré joven. Es algo que me ha hecho tomarme la vida en serio. Y como joven, cuando miro a mi alrededor me cuesta identificarme con los que me preceden y, añadido a mi presentimiento sobre lo que voy a durar, hay otro que también me condiciona: el frustrante presente.

Las generaciones pasadas vivieron un mundo cambiante, duro. Algunos fueron pacientes, respetuosos, conformistas, con ideales. Otros no, claro. He conocido en ellas a personas muy distintas, pero diría que todas con posibilidades. Siento que mi generación es la primera que colectivamente le ha visto la cara sin maquillaje al apocalipsis.

En mi generación tenemos sueños 'low cost', ansiamos humanidad y ahora estamos en rebelión, queriendo saturar las calles, pero no de coches, sino de gente. Somos las feministas, los niños que solo quieren jugar, los que huyen de su país porque se están violando derechos humanos, los abuelos que quieren pensiones dignas. Somos los sin patria y sin sentido. Y los que no nos sentimos representados por los políticos, que están perdiendo toda su credibilidad. Solo basta con escuchar el silencio de los políticos ante los gritos de Hong Kong, las 'sardinas' en Italia, Chile, Egipto…

Hace unos días, tomando un café con la doctora en Economía Miren Etxezarreta confirmé lo que siempre he notado, que conecto mejor con la generación de mis abuelos, la que conoció la guerra, que con la de mis padres, que soñó con comprarse una segunda residencia. Miren se mostraba prudente con el nuevo gobierno del PSOE y Unidas Podemos por la incapacidad para resolver los problemas reales de la gente que demuestran constantemente los partidos. Pero cuando uno habla con Miren se recompone. No es que cambie su forma de ver el desastre, sino que se llena de ganas de seguir viviéndolo: vivirlo para ver si esos pequeños grupos que ahora se organizan a gritos por separado un día se juntan, al margen de los partidos. Vivirlo por respeto a la inteligencia, a gente como Miren Etxezarreta.