Caitlin como puedas

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Miqui Otero

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Todo el mundo debería gozar de su momento 'Agárralo como puedas': el Teniente Frank Drebin, interpretado por Leslie Nielsen, sale del avión y ve a sus pies una gran recepción. En la pista de aterrizaje, gran multitud de vítores y periodistas. Se planta ante el atril lleno de alcachofas de colores, prueba los micros y se arranca con un encendido discurso sobre su heroísmo. Tocan su espalda: “No están aquí por ti”. Se gira y presencia cómo un cómico en camisa hawaiana, Al Yankovic, saluda a sus fans con una enorme sonrisa.

Todos somos Frank y yo lo fui un noviembre de 2010 en un centro comercial asturiano. Habían distinguido mi novela con el premio Nuevo Talento Fnac y yo acababa de llegar al de Avilés arrastrando mi trolley lleno de vanidad sin desprecintar de autor debutante de 29 años. Nada más entrar, vi a un montón de jóvenes entusiasmados haciendo cola en la puerta de la sala. Pese a lo onírico de la situación, incluso no creyéndomelo del todo, me marqué el gesto folclórico ensayado en mil momentos de desprecio infantil: me calcé las gafas de sol y desenrollé mi mejor sonrisa. “Tranquilos, tengo cariño y palabras sabias para todos”, pensé, “¿ves por qué necesitaba una pluma Montblanc para firmas como ésta?”, añadí, para mi inflado interior. A unos pasos de llegar (pocos, porque mis gafas de sol jamás han estado graduadas), me di cuenta (¿demasiado tarde?) de que en realidad dentro estaba firmando discos el gran héroe local. Sí, conocen su nombre: Melendi (en su época pilosa “planchado japonés”, justo después de la Era Rastas, algo así como su periodo azul de Picasso). No los culpo, de aquel año son sus mejores versos viceversa: “Tú subes como la marea, yo bajo como la tensión”. Media hora después estaba en el bar con los dos únicos asistentes a mi presentación. Una de ellas, que ahora vive en Londres, es aún una buena amiga.

La novela de Caitlin Moran 'Cómo se famosa' analiza el espejismo de la fama

Los humos sí bajaron como nunca en ese momento. Esa muesca en la burbuja de mi megalomanía ha estado presente desde entonces y la he recuperado al leer, estos días, la nueva novela de Caitlin Moran: Cómo ser famosa (Anagrama). Con la misma inteligencia humorística paranormal de siempre (¡dos carcajadas por página aseguradas!), analiza el espejismo de la fama, los mecanismos mentales que operan para obsesionarse con ella, los rasgos de quien la alcanza. Su alter-ego de 19 años se busca la vida en Londres, “un lugar donde vives tan rodeado de famosos como de ovejas en Gales”. Pronto detecta que cuando un no-famoso se encuentra con un famoso, es tarea del primero llevar el peso de la conversación (casi entrevistar) al segundo. Que ellos llevan gorros de lana para pasar desapercibidos en lugares públicos, aunque ese gorro de lana los delata (es el equivalente a un casco donde pusiera en grandes letras: famoso). No tienen abrigo, porque van de taxi en taxi, con escala en 'photocall'. No ríen, sino que dicen que algo es gracioso. Y no usan nombres, sino que se dirigen a la gente con fórmulas como “tesoro”, “encanto”, “crack”.

La novela, llena de teorías cómicas pero lúcidas (del porqué del éxito de los Beatles la casi nula presencia femenina en aquel mundo pop, pasando por el juego de roles en cama que debería llevar no a uno, sino a, mínimo, dos orgasmos), es una preciosa reivindicación de la figura del fan que grita con el corazón en la mano (algún día hablaremos de por qué 90 tíos con la cara pintada en la boca de un campo de fútbol se considera normal y otras tantas adolescentes en la cola de un concierto son tildadas de histéricas). Así, Caitlin, yo, que tuve mi baño de realidad como puedas, te digo: “Eres la mejor. No cambies nunca”.