Dos miradas

La Espert

La actriz es pura historia de la escena. Va más allá de 'interpretar', porque ella es teatro, el teatro

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Josep Maria Fonalleras

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Ya tuve esta sensación cuando Núria Espert (¡La Espert!) hizo de rey Lear en el Lliure. Aquella mujer de apariencia frágil, sometida a la tormenta y al exilio, inmersa en un derroche de intrigas y rencores, se elevaba por encima del papel del monarca rechazado y conseguía lo que solo una combinación feliz de las circunstancias puede alcanzar: la verdad.

La Espert, que se ha distinguido siempre por una forma peculiar de hacer teatro, que ha impostado la voz con una voluntad de prosodia nítida y a la vez cargada de acento personal, que ha construido una 'maniera' teatral fuera de los límites de la convención, es ahora -en la culminación de su carrera- pura historia de la escena. Va más allá de 'interpretar', porque ella es teatro, el teatro. Es verdad. Su sola presencia, sus movimientos lentos y a la vez enérgicos, la claridad inaudita de la voz, la entonación serena y emotiva, todo se junta ahora para componer una lección intemporal, con un regusto de monumento. He vuelto a vivir esa sensación con el 'Romancero gitano' que interpreta en el Romea. "Va sobre la pena", dice ella. Hay que ir. Es una ocasión única, memorable. Va sobre el teatro. Sobre las punzadas del teatro.