Al contrataque
Un país para mansos
Con el adiós de Borja Sémper, la política española ha perdido una nueva oportunidad de apostar por los libres, en lugar de promocionar a los mansos.
Cristina Pardo
Periodista
Cristina Pardo
Hablar bien de un político no es algo que podamos hacer habitualmente. No nos dan suficientes argumentos. Así que hay que aprovechar el momento. Borja Sémper ha dejado la política. Era concejal del PP en San Sebastián y portavoz en el Parlamento vasco. Fue de los que dio el salto a la vida pública para combatir a ETA, para librar aquella batalla de estaremos aquí, aunque nos matéis. No era, ni muchísimo menos, una batalla menor. Por eso, en su caso y en el de los que estuvieron en una situación similar, no merecía reproche el hecho de haberse dedicado únicamente a la política. Porque ellos no se metieron en esto ni por dinero, ni por poder. Estaban para que los terroristas supieran que el deseo de vivir en paz era más fuerte que el miedo.
Sémper era un político con personalidad propia. Decía lo que pensaba, estuviera o no en sintonía con lo que imponía la dirección nacional. Lo estaba pocas veces, esa es la verdad. Por eso nunca hizo carrera fuera del País Vasco. Era demasiado incómodo para los jefes de Madrid. Además, daba siempre la cara, incluso en los tiempos en los que el silencio se imponía en la calle de Génova. No rehuía ningún tema y aquello dejaba a otros en evidencia un día sí y otro también. Hubiera sido una magnífico vicesecretario de comunicación. Se le entendía, era accesible, tenía ideas y respetaba a los periodistas tanto como nosotros le respetábamos a él.
En la carrera por la sucesión de Rajoy, apoyó a Soraya Sáenz de Santamaría. Fue una de sus escasas muestras de disciplina. No se trató ni mucho menos de una decisión entusiasta; más bien fue por lealtad hacia Alfonso Alonso y por eliminación. Era la que le parecía más capaz de aglutinar a una derecha más amplia, frente al PP que olía a naftalina. Naftalina es, por ejemplo, para el partido en Euskadi Cayetana Álvarez de Toledo. La actual portavoz parlamentaria, desde su atalaya, se permitió criticar a sus compañeros vascos porque, según ella, se habían acercado demasiado al nacionalismo. Para siempre quedará la respuesta de Sémper: “Mientras algunas caminaban por mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida defendiendo la Constitución”.
En su despedida, Sémper ha reconocido que le incomoda el clima de confrontación permanente de la política. “Tengo la amarga sensación -ha añadido- de que la política transita por un camino poco edificante”. Dijo siempre muchas cosas que entraban en el sentido común, cuando la política ya transitaba por el partidismo y no por el interés general. Ahora se marcha a la empresa privada. Allí será más feliz. Sin embargo, la política española habrá perdido una nueva oportunidad de apostar por los libres, en lugar de promocionar a los mansos.
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