Cuando el silencio mata
Rafael Vilasanjuan
Periodista
Rafael Vilasanjuan
Haití diez años después del terremoto sigue siendolagran chabola del mundo. El seísmo fue una tragedia, pero desde entonces no hay crisis que no haga escala en este pequeño país. Desde las consecuencias de El Niño, que lo mismo azota con huracanes o sequías extremas que anula cosechas y provoca escasez de alimentos, al fracaso de la reconstrucción, los haitianos hoy siguen siendo la población mas castigada del mundo y al mismo tiempo una de las mas olvidadas. Mientras el terremoto de 2010 ocupó todos los titulares, las sucesivas crisis que recalan en este rincón del Caribe apenas han tenido cobertura. Tras la catástrofe el silencio acompaña la deriva, mientras cada nuevo episodio se vuelve a llevar miles de vidas.
El silencio oculta todas las promesas incumplidas de reconstrucción, muy evidentes en los campamentos miserables donde muchos haitianos cumplen 10 años viviendo bajo una lona o resguardados tras planchas de chapa oxidadas, sin agua corriente, sin letrinas, sin electricidad y sin seguridad.
Los asentamientos improvisados ya no están a la vista en el centro de la capital o en los campos de fútbol de las primeras imágenes tras la tragedia, pero proliferan en un país de crisis permanentes resistiendo lluvias torrenciales, huracanes, una epidemia mortal de cólera que el año pasado mató a miles de personas y los siete gobiernos y cuatro presidentes que les han fallado sistemáticamente desde entonces.
Uso de las donaciones
A la hora de conmemorar el décimo aniversario de una catástrofe inimaginable, los focos regresan a Puerto Príncipe, la capital, y aunque haya algunas señales de progreso, el país sigue en la miseria mas absoluta. La cuestión sobre cómo se utilizó el dinero sigue centrando buena parte del debate.
Cuando hoy aparece Haití en los medios es para levantar suspicacias, más que para entender cómo ayudar y qué pasó después de que la tierra se tragara a mas de 300.000 personas en un movimiento que apenas duró 15 segundos. Una década después, la realidad es que una parte de las promesas nunca llegaron. Mas de la mitad de los millones comprometidos jamás fueron desembolsados. Otra parte acabó alimentando a los diferentes clanes y la corrupción de un país en ruinas. Las culpas se pueden distribuir a partes iguales, entre otras cosas porque cuando desparece el foco, el olvido es el peor enemigo de quienes necesitan ayuda.
Haití no es un caso aislado, mientras las grandes crisis de Siria, los refugiados o Irán acaparan nuestras inquietudes, el silencio olvida a una buena parte del sufrimiento humano en lugares de conflicto como el centro de África o las peores consecuencias de sequías como las del sur del Sahel, sin que nadie haga gran cosa por sacarlo del olvido.
Haití es una de esas crisis olvidadas. No sabemos qué hubiera ocurrido si la atención se hubiera mantenido desde que ocurrió la catástrofe, pero sabemos, en cambio, que el silencio y la indiferencia matan, porque empujan el país a la deriva, llevándose miles de vidas, sin preocuparnos.
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