La crispación social por el 'procés'

Broncopolítica: así se catalanizó toda España

Con aquella gente no había manera de eludir la política. Con ellos no se podía hablar de la escuela, de los trenes, del cine, de la música, de la historia ni del amor sin hablar de política

'Estelada' en en un balcón de la calle Girona de Barcelona.

'Estelada' en en un balcón de la calle Girona de Barcelona. / ALBERT BERTRAN

Juan Soto Ivars

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Cuando llegué a Barcelona en el 2010, me alucinó más que ninguna otra cosa la politización social. Respecto a lo que había visto en Madrid, este me parecía un sitio más tenso y menos despreocupado. Al novato le impresionaban en seguida las 'estelades' de los balcones porque no estaba acostumbrado a que la gente necesitara ir por el mundo con una insignia ideológica. En una cena con gente que hablaba de la capital como una ciudad fascista, se me ocurrió romper una lanza y noté que había que andarse con tiento. Enseguida consideraron que defendiendo una ciudad estaba alabando una forma de hacer política. ¡Que no hablo de política!

Pero con aquella gente no había manera de eludir la política. Pasaba lo mismo con un montón de temas. Con ellos no se podía hablar de la escuela, de los trenes, del cine, de la música, de la historia ni del amor sin hablar de política. Noté que aquí lo personal era político y lo político se tomaba de forma muy personal. Además, descubrí que había mucha gente que se negaba a hablar de muchos asuntos porque no querían empantanarse hablando de política. Y esto se recrudeció cuando Artur Mas se asustó por el 15-M y se inventó el 'procés'. A partir de ese momento, hablar de política de verdad, de sanidad o derechos sociales, se hizo casi imposible porque el genio de la lámpara había inventado un método para politizarlo todo... menos la política.

Una década después

En aquel tiempo, un viaje a Murcia para ver a la familia o a Madrid para ver a los amigos suponía notar la diferencia y meter los pies, rotos de cabalgar por adoquines politizados, en agua caliente con sal. Pero el 'procés' demostró que no se contentaba con sus pequeñas fronteras. A lo largo de esta década, las banderas que vi como insignias en los balcones de Barcelona brotaron como moho por toda España. Un día fui a Madrid y terminé discutiendo de política con gente que unos meses antes no sabía ni lo que pensaba, y en Murcia me encontré con dos amigos que no se hablaban porque uno se había afiliado a Vox.

A mí empezaron a llamarme equidistante, como si no estar exaltado te retratase y tu lugar en el mundo fuera un escaño del Parlamento. Mis amigos empezaron a tildarse de fachas, mugremitas, comunistas, extremocentristas, cuñados, señoros, feminazis, catalufos, ñordos, separratas, y las rupturas vinieron en consecuencia. Hoy se me hace difícil elaborar una lista completa de la gente que conozco que ha dejado de hablarse por estas cosas, lo que me lleva a pensar que la broncopolítica no es una pugna entre visiones del mundo, sino un juego en el que los diputados vampirizan a su ciudadanía y la dividen para aprovecharse de ella.

Lo que noté al llegar a Barcelona pasa ya en todas partes en España. Todo es política menos la política. No sé qué pasiones encenderá en ti esto que has leído, pero solo puedo decirte una cosa: si tu idea sobre cómo hay que mejorar el mundo te ha llevado a perder amigos, me parece que eres la persona menos indicada para solucionar las cosas.