ANÁLISIS
Irán y EEUU: Ahora no. Y hasta la próxima
Washington y Teherán quieren evitar por el momento que la escalada de violencia derive en un enfrentamiento abierto que a nadie conviene
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Como Arya Stark, al borde del abismo Irán y Donald Trump dijeron: «Hoy no». La venganza iraní no fue para tanto (hay maneras y maneras de atacar con misiles una base militar, e Irán eligió una que no causó bajas) y la respuesta de Trump a un ataque directo de Irán a soldados estadounidenses devolvió el conflicto al punto anterior al asesinato de Qasem Suleimani: castigo económico a Teherán (que tiene un coste nada desdeñable) y guerra de guerrillas en territorio iraquí. La auténtica venganza iraní tiene dos caras: crear el contexto en Irak que fuerce una hipotética salida de las tropas estadounidenses y acelerar su programa nuclear, mucho más avanzado hoy gracias a la ruptura del tratado auspiciada por Trump.
En su comparecencia ante los medios, Trump fue casi más duro con Barack Obama (su obsesión) que con los propios iranís. Hay método en los impulsos del presidente. Desde su misma negociación, el tratado nuclear ha tenido muchos enemigos en Washington, encarnados en las múltiples almas ultras del partido Republicano y en la acción de lobi de países como Israel. Trump está obsesionado con este tratado no porque sea experto en el imperio persa o tenga una mejor alternativa, sino porque en los talking points ultras que le auparon a la presidencia demonizar sin ninguna base ni criterio el tratado nuclear acordado por Obama era un cliché: el certificado de nacimiento, obamacare, y el tratado nuclear. Una vez en la presidencia, Irán era un legado más de Obama a desterrar, oportunidad ideal para los competidores de Teherán en la zona, Israel y Arabia Saudí.
Llama la atención el escaso entusiasmo con el que Tel-Aviv y Riad, tan propensos a retóricas incendiarias y a escaladas militares, han reaccionado al choque entre Trump y el régimen de los ayatolás. Que le tenían ganas a Suleimani está fuera de toda duda. Que a ninguno de los dos, por diferentes motivos, le viene bien enzarzarse en un conflicto bélico en estos momentos, también. A la guerra difícilmente se va arrastrando los pies, y un conflicto abierto, con su movimiento de tropas, sus bombardeos aéreos, sus repercusiones económicas y su incierta gestión no le conviene a nadie, empezando por los protagonistas. Tampoco ayuda el hecho de que es difícil encontrarle sentido a la estrategia de Trump. Probablemente es que no la tiene, más allá de pegarle, metafóricamente, a Obama. Para todos los implicados, es más conveniente guerrear por vía interpuesta en Irak y Siria, sin descartar lo que pueda suceder en ese laboratorio de Oriente Próximo que siempre ha sido El Líbano.
Consecuencias de Irak
Pero, decíamos, hay método y un plan en Trump. Ni Israel ni Arabia Saudí ni una corriente de pensamiento en EEUU están dispuestos a permitir un Irán fuerte y, menos aún, con el arma nuclear. Este principio permanece inalterable, El tratado de Obama impedía lo segundo, no lo primero, en gran parte gracias al gran error que fue la invasión de Irak a principios de siglo y el caos posterior. Teherán sigue siendo un enemigo que, además, con o sin Suleimani, sabe sacar provecho mejor que nadie del caos. Como decía Arya, ahora, no, pero el conflicto por otros medios sigue. Y hasta la próxima.
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