Opinión | Editorial

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Una extraña Supercopa

Arabia Saudí intenta maquillar con eventos deportivos una represiva monarquía feudal

Las caras del rey Salman bin Abdulaziz y su hijo Mohamed bin Salman, en el descanso del partido de Supercopa entre el Valencia y el Real Madrid, en Yeda.

Las caras del rey Salman bin Abdulaziz y su hijo Mohamed bin Salman, en el descanso del partido de Supercopa entre el Valencia y el Real Madrid, en Yeda. / periodico

Cuando Javier Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, anunció el cambio de formato de la Supercopa y la celebración de la final a cuatro en Arabia Saudí, intentó justificar una decisión ciertamente polémica, tanto desde el punto de vista organizativo como desde una perspectiva ética, con argumentos tan delirantes como este: «Vamos a colaborar con el fútbol saudí para servir de herramienta de cambio social y se van a beneficiar hombres y mujeres». Bajo la apariencia de estas buenas intenciones se esconden, por una parte, los intereses económicos de la propia RFEF y de los clubs participantes (con el ingreso de 120 millones de euros en tres años), la disputa con la LFP por el intento de universalizar el negocio del fútbol español y, por la otra, el <strong>intento de la monarquía saudí por lavar su imagen internacional</strong>, deteriorada tanto por el sistemático y continuado quebrantamiento de los derechos humanos como por escabrosos asuntos como el asesinato de Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul o por su papel de potencia militar en un entorno geopolítico de alta tensión.

El reciente otorgamiento de visados turísticos para visitar el país, las tímidas medidas que levantaron las prohibiciones a las mujeres de conducir o de asistir a estadios y el empuje mediático de eventos como esta propia Supercopa (con apenas unos centenares de españoles desplazados a Yeda) o como el Rally Dakar, intentan blanquear una monarquía feudal, que se sustenta en la discriminación sexual y social, la falta de libertades y la represión más feroz. Rubiales ha llamado a la competición la «Supercopa de la Igualdad» por el hecho de que hombres y mujeres podrán acceder a los partidos en igualdad de condiciones. Sería casi una broma si no se tratara de un insulto en toda la regla a quienes han sufrido condena, exilio o tortura, o siguen viviendo esclavizados por un régimen radical de orientación wahabista. Deporte y política vuelven a protagonizar un episodio en el que el nombre del campeón será, al fin, lo menos importante.