Al contrataque

Siguen siendo niños

Necesitamos una nueva mirada para afrontar el problema de estos menores que vagan por las calles, libre de desprecio, de ignorancia y de miedo

Una mujer lee el libro 'Le Consentement', de Vanessa Springora.

Una mujer lee el libro 'Le Consentement', de Vanessa Springora. / afp / MARTIN BUREAU

Emma Riverola

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Tenía 14 años. Era una niña. También la amante de un renombrado y maduro escritor francés. Una de tantas y tantos menores con los que ese hombre mantuvo relaciones. Él se llama Gabriel Matzneff. Sus víctimas no tenían nombre, solo eran cuerpos jóvenes que servían para exaltar a su depredador y su literatura. Era un pederasta confeso. Solo que entonces, hace 30 o 40 años, no le llamaban así. Sus perversiones eran vistas como aventuras que despertaban sonrisas de complicidad, cuando no de admiración.

Ahora, aquella niña es una editora y una mujer valiente de 47 años que se ha atrevido a relatar aquella relación. Con su libro ‘Le Consentement’ (El consentimiento), Vanessa Springora ha puesto a la intelectualidad francesa frente al espejo. Durante años, la sociedad eligió la óptica del depredador y dejó de mirar a los niños como lo que eran. Pasaron a ser cuerpos para el disfrute de héroes terrenales y se les supuso responsables de unas decisiones que no estaban capacitados para gestionar.

Hoy, en nuestras calles pululan unos niños y adolescentes que hemos convertido en un colectivo y hemos bautizado con la etiqueta de ‘menas’. A menudo se habla de ellos con desprecio y miedo. También con impotencia e ignorancia. No son santos. Sería ingenuo o falso negar que unos pocos delinquen. Algunos de ellos con una peligrosa exhibición de violencia, envalentonados por el grupo, la cola inspirada y la marginalidad. Pero también sería injusto no reconocer su vulnerabilidad. Son menores con unas heridas imposibles de imaginar en nuestros hijos. Son víctimas de múltiples explotaciones, míseros herederos de un mundo hostil que nuestra sociedad privilegiada perpetúa. Eso no les convierte en inocentes, pero tampoco podemos hacerles únicos responsables de una situación que no saben ni pueden gestionar.

Este fin de semana llegan los Reyes con su magia ancestral. Son días de cartas, obsequios y deseos. Estas líneas no van a pedir nada para esos menores que vagan solos por las calles, pero sí para nosotros. Para todos los adultos que, de un modo u otro, tenemos en nuestras manos su futuro. Necesitamos una nueva mirada para afrontar el problema, libre de desprecio, de ignorancia y de miedo. Aparcar los intereses políticos que acechan a esos niños con ánimo depredador y se relamen pensando en los votos que van a ganar cargando contra ellos. Acallar las voces de los que solo quieren utilizarlos, usarlos. Podemos hacerlo por generosidad con ellos o por egoísmo, en el fondo, todo estará bien si abordamos el conflicto con humanidad y no dejamos que se pudra en la exclusión. Ahí solo se multiplicará la violencia y el miedo. Ahí, todos tenemos mucho que perder. Recordemos, siguen siendo niños.