Una trampa para la autoestima

Digna de ser amada

He conocido a más mujeres que hombres practicando la modestia, sea auténtica o falsa, propia o inducida

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zentauroepp51579466 opinion beard200104163410 / LEONARD BEARD

Najat El Hachmi

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Caminábamos juntas por la calle y alguien silbó. Me giré y a mi amiga le dio un ataque de risa. “Serás creída” fue lo que dijo y yo noté una punzada en el diafragma que ahora ya puedo reconocer como una pequeña herida en mi amor propio. Éramos adolescentes y, por tanto, crueles. Entre el grupo de amistades de la época el pecado más grande que podías cometer era pensar que podías gustarle a alguien. Gustar hasta el punto de arrancar un silbido de admiración. ¿Quién te crees que eres?, venia a decir la carcajada de mi amiga. ¿Cómo te atreves a pensar que tienes siquiera una mínima posibilidad de tener nada destacable en tu abominable físico?

Lo pienso ahora y me sorprende la dureza de esa actitud que practicábamos con tanta naturalidad. Rebajar a la otra acusándola de vanidosa en un momento de gran fragilidad. No tenía nada que ver con nuestro aspecto real, tenía que ver con la necesidad de ejercer un control social que a las chicas nos impidiera creer que podíamos ser algo. La risa de mi amiga aún resuena en mí, la risa de quien se cree por encima de los demás, de quien disfruta recordándote que no eres digna de admiración alguna. Por favor: si llevaba unas gafas horribles, el pelo siempre recogido en una trenza y la cara llena de granos, ¿cómo podía pensar que me habían silbado? Lo que no pude comprender entonces es que mi físico era irrelevante, que la risa ridiculizante de mi compañera hubiera sonado igual si hubiera sido una rubia despampanante porque la cuestión era rebajar cualquier partícula de autoestima que pudiera esconderse en ese cuerpo en tránsito.

Por otro lado no era una actitud nada extraña. Las mujeres de mi familia insistían mucho en la necesidad de ser modestas. También cortaban de raíz cualquier actitud que pudiera parecer vanidosa. No destaques era la consigna habitual. Si tienes que despuntar de alguna forma, que sea por tus habilidades limpiando y cocinando. ¡Vaya aburrimiento! No sé si tenía 10 años cuando descubrí la trampa de ese sistema: no solamente nos tocaba solo a las mujeres ocuparnos de tales tareas, es que animarnos a aprenderlas desde tan pronto quería decir que te pasarías la vida perdiendo el tiempo en servir a los demás. Sin decir ni mu me rebelé contra esa educación en la sumisión y pasé a hacer lo mínimo que me pedían dentro de casa. Cosa que desesperaba a mi pobre madre, que no entendía cómo me las apañaría el día de mañana para ser una buena ama de casa si me pasaba horas y horas con la nariz dentro de los libros.

Hemos hablado mucho de la inseguridad de las mujeres. De por qué nos exigimos más, nos juzgamos de una forma muy severa y no nos atrevemos creer en nuestras propias virtudes. En mi caso lo vinculo con una educación que por todos lados me transmitió la idea de que una mujer que se cree algo es mucho peor que un hombre que haga lo mismo. ¿Quién te crees que eres?, vuelven a repetir cuando te elevas un poco y quieren que recuerdes que vienes de a ras del suelo, incluso del fango.

La trampa

Yo he conocido más mujeres que hombres practicando la modestia, sea auténtica o falsa, propia o inducida. Incluso cuando de un modo objetivo saltan a la vista sus méritos. Pero la vocecita de dentro nos recuerda la frase que tenemos incrustada: tienes que hacer más, tienes que ser más, tienes que esforzarte más. Hasta que te has pasado media vida subiendo una montaña que crece cada vez que estás a punto de llegar a la cima y acabas viendo que también se trata de un sistema trampa, igual que el de aprender a ser buena ama de casa desde los 12 años.

Nos han educado diciéndonos que una mujer que se cree algo es peor que un hombre que haga lo mismo

Vivir dudando de una misma es agotador. Todas las energías que tendrías que estar poniendo en conseguir lo que quieres van a las mil vueltas que les das a cada palabra amable que te llega por lo que haces. No sea que el silbido no fuera por mí, no sea que me ves con buenos ojos, no sea que sea casualidad, una lotería, cualquier cosa menos la posibilidad de reconocer que en mi hay algo destacable que pueda merecer un poco de amor.    

Si repasamos todos los mensajes que hemos recibido a lo largo de la vida sobre nuestro valor como personas veremos que esta idea se repite como un leitmotiv. Sé humilde, modesta, no te creas nada y esfuérzate por mejorar. Está en las amigas que se burlan de ti por los elogios que recibes, en las madres que te dan un chasco, pero también en la publicidad y ciertas revistas femeninas que te dan instrucciones para ser siempre más de lo que eres. Más delgada, más esbelta, con los pechos más arriba, la piel más lisa y firme, los labios más turgentes, la mirada más intensa, el pelo más brillante, el vientre más plano. Come más sano, recicla más, sé mejor madre, una amante de primera y ve al gimnasio. Y sobre todo: dedícate tiempo a ti misma. Resumiendo: sé perfecta y entonces, solo entonces, serás digna de ser amada.