El desbloqueo pendiente

Gobierno Sánchez, pero con crispación

La investidura saldrá por un pacto entre la izquierda y el PNV que hará posible la difícil abstención de ERC

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zentauroepp51581845 titos200104192635 / MARÍA TITOS

Joan Tapia

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España está a punto de recuperar un Gobierno efectivo tras un 2019 en el que ha habido dos elecciones generales ganadas por el PSOE, pero sin mayorías suficientes para gobernar. Ahora se ha hilvanado -al fin- una mayoría para la investidura.

Es un paso relevante y positivo. España necesita un Gobierno que solo podía surgir -lo recordó Felipe VI en su reciente discurso- de la decisión del Parlamento que encarna la soberanía nacional. Es posible que tras las elecciones de abril hubiera podido haber un Gobierno menos polarizado -si Cs no hubiera perdido el norte-, pero ahora tendremos un Ejecutivo que encarna una mayoría progresista y cuyo programa respeta -lo recalcó Pedro Sánchez- la economía social de mercado de corte europeo.

Los grandes retos son la economía y lograr pactos institucionales con el PP de Pablo Casado, que se muestra muy refractario

Por otra parte, los acuerdos -diversos- con el PNV y ERC permiten abrigar la esperanza de que el grave y largo conflicto territorial -desde la sentencia del Constitucional del 2010- pueda dejar de envenenarse. Esperanza no es seguridad. Pero lo indiscutible es que ERC, al exigir y pactar una mesa de diálogo entre el Gobierno de Madrid y el de Barcelona, está abandonando el grave error de la estéril via unilateral del 2017. Pedro Sánchez acierta al afirmar que la observancia de la ley es la condición pero que el diálogo es el camino pues ya se ha visto que ni la unilateralidad ni la judicialización han servido para resolver el conflicto.

La investidura pondrá fin a la anomalía de la larga ausencia de Gobierno. Pero esta es solo la condición necesaria pero insuficiente para que España aborde muchos graves problemas -institucionales, políticos y económicos- que amenazan su bienestar. Pedro Sánchez puede estar satisfecho porque, pese a su equivocación tras las elecciones de abril, el PSOE sigue siendo el primer partido y está a punto de formar el primer Gobierno de coalición de la democracia española. Y en su debate con Pablo Casado demostró convicción y buena forma parlamentaria.

Sánchez estuvo más convincente que Casado, que insistió en el 155 (ahora para cesar a Torra) y cuyo programa limitó a “poner fin a una operación para derribar la Constitución”. El tono de Casado empeoró incluso el de aquel Rajoy que acusó a Zapatero de “traicionar a los muertos” cuando se puso en marcha la negociación con ETA que -junto a la acción policial- acabó liquidando el terrorismo. Pero Sánchez ha pecado de optimismo. España tendrá Gobierno, pero el bloqueo político no ha finalizado. Son necesarios grandes cambios -para reformar la Constitución o simplemente para renovar el Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial- que precisarán de mayorías muy cualificadas. Y para esas mayorías el concurso del PP -que ayer se decantaba por la obstrucción y la agitación callejera- será imprescindible.

El nuevo Gobierno Sánchez deberá pues aplicar su programa para cumplir sus promesas, pero también tener presente que su éxito dependerá en buena parte de haber logrado consensos relevantes con el primer partido de la derecha. Que el PP abandone la intransigencia no será fácil. Hará falta la maduración interna, pero también que el Gobierno progresista no se equivoque. Y en este punto, la gestión económica será clave. Si la economía va bien, la derecha tendrá difícil mantener la cerrazón. Si, por el contrario, se degrada, su tentación de jugar al “cuanto peor, mejor” se agudizará.

La inteligencia gubernamental será pues fundamental para que el triunfo de la izquierda -que se consagrará en la votación del martes- no sea solo flor de un día, sino que abra una nueva etapa. Y esa nueva etapa no exige solo una buena gobernación -incluyendo la cautela en la corrección de la reforma laboral con la que el empresariado está satisfecho- sino también un cambio de clima en la relación entre izquierda y derecha. Algo que Sánchez reconoció ayer al afirmar que la Transición -y la Constitución- fueron posibles por la colaboración del PSOE, la UCD, el PCE de Carrillo y el nacionalismo moderado. Le faltó admitir también el papel en aquel momento de Manuel Fraga.

El balance provisional de la investidura es relevante y prometedor. España tendrá un Gobierno progresista que asume las normas europeas. Pero desgraciadamente la crispación política no solo no ha desaparecido, sino que puede agudizarse. Y sin liquidar la crispación -a lo que Casado parece poco dispuesto- las reformas y la normalización institucional serán casi imposibles.

Ese es también sin duda el gran desafío de la legislatura que ni el PSOE ni Podemos ni el PNV ni la propia ERC pueden ignorar.