La clave

Salvadores de almas (nacionales)

Desnudos de banderas nacionalismo, adversarios irreconciliables son en realidad compañeros de cama que anhelan condenarnos al pasado

Concentración contra la investidura de Pedro Sánchez en la calle Génova, este sábado.

Concentración contra la investidura de Pedro Sánchez en la calle Génova, este sábado. / EUROPA PRESS

Joan Cañete Bayle

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La madre de todas las ‘fake news’ es esa que dice que las políticas económicas más ortodoxas son las únicas posibles. O esa otra que sostiene que fue la manirrota izquierda la que causó la gran crisis y que tuvo que venir la austeridad a salvarnos. No hace falta ser Yanis Varoufakis ni renegar de “la economía social de mercado de corte europeo”, que dijo Pedro Sánchez en el Congreso, para entender que el mejor truco del diablo fue convencer al mundo de que no existe. O lo que es lo mismo: que la ortodoxia que propicia la desigualdad, la desregularización de los mercados financieros y la privatización de la sanidad y la educación son el único camino posible hacia la prosperidad.

Estos no son tiempos prósperos, sino inciertos y repletos de riesgos. Afrontamos ya las primeras consecuencias de muchos cambios, desde el climático a la cuarta revolución industrial. A nuevos tiempos les corresponden nuevas sociedades -horizontales, diversas, líquidas- y, por tanto, nuevos pactos sociales. Absortos en nuestros ombligos e instalados en esa mirada perpetua a la historia rancia y al mito estéril a la que nos obligan todos los nacionalismos, en España se corre el riesgo de olvidar que el auténtico debate aquí es el mismo que en el resto del mundo: no izquierda y derecha, no esta bandera o la otra, no mi bienestar o el tuyo, sino entre reacción y progreso, entre la añoranza de las supuestas seguridades del ayer o las incertidumbres del presente, entre el regreso a esencias y usos obsoletos o dar un salto sin red hacia adelante. No es progresismo o conservadurismo clásicos. Voces de la izquierda y la derecha coinciden hoy en su deseo de volver atrás; el progresismo extravió el progreso de tanto admirarse en el espejo.

Hagan un ejercicio: despojen de las banderas a los discursos de ayer en el Congreso (y también en el Parlament). Comprobarán que, desnudos de nacionalismo, adversarios irreconciliables son en realidad compañeros de cama que anhelan, para salvar nuestra alma nacional, condenarnos al pasado. De eso va la investidura, aunque no lo haya parecido entre tanto ruido a cuenta de Catalunya.