Análisis

Nuevos años 20

Podemos configurar un orden social meritocrático basado en un trato laboral más justo y respetuoso

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Anna Gener Surrell

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Si bien la alegría y la felicidad marcaron los años 20 del siglo pasado, estrenamos los nuevos 20 en un momento convulso e incierto, lo que representa una magnífica oportunidad de transformación. Las relaciones de poder están cambiando en el mercado laboral; las empresas exitosas batallan duramente por atraer a los mejores perfiles. Estos profesionales son los que están marcando la nueva pauta de relación entre el empleado y el empleador. El talento mandará en el nuevo contrato laboral; las empresas se establecerán allí donde estén los profesionales que necesitan.

Nuestra sociedad asiste a una gran paradoja: jóvenes formados, en muchos casos de manera sobresaliente, no encuentran trabajo digno, a la vez que numerosas empresas tienen enormes dificultades para contratar a los profesionales adecuados para desarrollar su actividad de manera competitiva. 

Frustración en doble sentido

La frustración se genera en un doble sentido. Por un lado, entre los jóvenes que se han formado y no logran incorporarse con éxito al mercado laboral, siendo desplazados a trabajos precarios o a ocupaciones que nada tienen que ver con lo que han estudiado; y por otro lado, entre las empresas contratadoras, que no encuentran los profesionales con la formación y las competencias adecuadas, con lo que ven lastrada su productividad. 

Nos hallamos, de hecho, ante un gran fracaso colectivo, no solo porque nuestra sociedad invierte en una educación que no es valorada por el mercado laboral, sino, sobre todo, porque muchos jóvenes ven condicionada su emancipación, el acceso a la vivienda o la formación de su nuevo núcleo familiar. 

Para solventar este gran contrasentido es imprescindible establecer un diálogo sólido y fluido entre el ámbito académico y el mundo empresarial, rediseñando los planes universitarios para que los jóvenes tengan mejores oportunidades laborales y nuestro tejido empresarial gane eficiencia y competitividad.

Actualmente, la demanda de las empresas se concentra en profesionales de perfil técnico, capaces de trabajar en redes humanas que funcionen a modo de inteligencia colectiva. No se valora tanto a quien sobresale individualmente, sino al que es capaz de integrarse en un ecosistema diverso, en el que todo el mundo aporta desde su visión y sus conocimientos. 

Aparte de los indudables beneficios económicos y sociales que obtendríamos con un mejor encaje entre la oferta académica y la demanda laboral, el empleado, al tener mayor capacidad de generar valor, ganaría fuerza en la relación laboral con el empleador, originándose un cambio en las relaciones de poder. 

Otro cambio que deberíamos adoptar es otorgar un mayor valor a los conocimientos en historia, filosofía, antropología, psicología y otras disciplinas humanísticas que aportan pensamiento crítico y visión poliédrica. El mundo empresarial deberá manejarse en un escenario cada vez más complejo, agravado por los dilemas que nos planteará la inteligencia artificial. Ante estos nuevos retos, la formación en humanidades será clave, por lo que deberíamos plantearnos seriamente incorporar estos estudios en todas las carreras universitarias, y así dotar a los futuros profesionales de herramientas más sofisticadas. 

En esta nueva etapa laboral, marcada por el talento y la meritocracia, también seremos testigos del avance hacia la igualdad entre hombres y mujeres. No hay duda de que hemos alcanzado importantes avances, pero la brecha salarial se resiste a desaparecer, el trabajo doméstico sigue mal repartido, provocando la desaceleración de la carrera profesional de muchas mujeres, y los ámbitos de poder económico y empresarial siguen siendo territorio mayoritariamente masculino. 

Afortunadamente, y a pesar de los movimientos explícitos que se están organizando en contra, progresamos inexorablemente hacia la igualdad, porque nuestra sociedad lo decide así de manera mayoritaria, y cada centímetro de conquista es una gran victoria que nos ennoblece como colectivo. 

Con los cambios adecuados tenemos la oportunidad de configurar un nuevo orden social meritocrático, basado en un trato laboral más justo y respetuoso, estableciendo una nueva definición del poder en el marco laboral, donde el talento y la formación adecuada marquen la pauta.