La investidura de Sánchez

'Vivere pericolosamente'

La incertidumbre es de tal calibre, en Catalunya y en España, que no es posible dibujar escenarios más allá de las próximas semanas

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / LEONARD BEARD

Andreu Claret

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Esta parece ser la pulsión nietzscheana que domina la política española y, más aún, si cabe, la catalana. Vivir peligrosamente, al borde del abismo, sin que nadie pueda garantir estabilidad. A estas alturas todavía no podemos asegurar si habrá investidura de Pedro Sánchez antes o después de Reyes. Si el consejo nacional de Esquerra ratificará la decisión, pese a la resolución favorable a Junqueras de la Abogacía del Estado. Si el Supremo hará caso a la Abogacía. En cambio, sí podemos vaticinar que, si hay investidura, y si Sánchez logra formar gobierno, la legislatura discurrirá al borde del alambre, como decía este diario hace un par de días. Mientras tanto, la suerte de Torra bordea el precipicio, pendiente de su inhabilitación, obligado a gobernar con un vicepresidente que no comparte su idea de cuanto peor mejor. La incertidumbre es de tal calibre, en Catalunya y en España, que no es posible dibujar escenarios más allá de las próximas semanas. Todo indica que Sánchez empezará el año mejor, aunque abruman las incógnitas sobre su capacidad para levantar un gobierno estable. Torra lo empezará peor, acosado por la justicia, ninguneado por sus socios de gobierno y abandonado por los suyos que lo dan por amortizado en las cuentas privadas de Whatsapp de Junts per Catalunya. Más incertidumbre. 

'Vivere pericolosamente'. La frase le gustaba a Mussolini, que la utilizó en muchos de sus discursos, en los anteriores años 20. Se mostraba orgulloso de vivir siempre pendiente de un hilo. Del destino. Para un dictador, que pretendía exhibir una épica fascista tenía sentido recrearse en los momentos más oscuros de Nietzsche. Para quien crea en la democracia, esta pulsión resulta más difícil de justificar. No casa con una política que tiene más que ver con las cosas de comer que con las revoluciones llamadas a encumbrar mundos nuevos, aun a costa de caer en el despeñadero. No creo que una democracia pueda vivir peligrosamente durante mucho tiempo sin que los ciudadanos se alejen de la política. Algo de esto ocurre en muchos de los países azotados por vendavales populistas, donde la inseguridad ha generado más estrés social que ilusiones colectivas.

No será fácil que el 2020 nos aleje de este círculo vicioso donde el desapego político crece en proporción a una inestabilidad que los ciudadanos achacan a la falta de escrúpulos. A pesar de que el año empiece con una buena noticia: la investidura de Pedro Sánchez. Una noticia que sería buena para España y para Catalunya. Buena para los socialistas y para otra mucha gente cansada de este baile del titubeo que empezó con Rajoy y que nos ha tenido distraídos durante demasiado tiempo. Buena, también, para muchos catalanes que esperan un gobierno capaz de devolver las aguas del conflicto al cauce político del que nunca debieran haber salido. Buena incluso para aquellos independentistas capaces de leer correctamente el momento político y social que vive Catalunya, por mucho que Puigdemont despotrique desde Waterloo o desde Perpinyà. No es poca cosa, pero no será suficiente si estos apoyos no cuajan en un circulo virtuoso que aleje los malos augurios. De no ser así, será difícil que la investidura permita constituir un Gobierno para toda una legislatura. 

Si se confirma la abstención de Esquerra, Junqueras se lo habrá jugado todo a una carta. Dejar de lado la vía unilateral. Apostar por el diálogo, apurando las costuras de la Constitución. Una carta que le puede abrir las puertas de la hegemonía en el universo nacionalista o le puede llevar de la cárcel al infierno donde los más irredentos mandan a los ‘botiflers’. Nadie sabe si el líder de ERC ganará esta batalla en Catalunya, donde Puigdemont se prepara para torpedear el acuerdo, ungido de su nueva condición de eurodiputado. Nadie es capaz de vaticinar si Sánchez podrá soportar las presiones de los poderes fácticos que conspirarán contra el acuerdo, empezando por los de su propio partido. Si ERC podrá hacer frente a las acometidas que vendrán del mundo independentista. Si no surgirán novedades imprevistas, políticas o jurídicas, que lo echen todo al traste. Demasiadas incógnitas. Demasiada incertidumbre para afrontar la tarea de reconciliar Catalunya con sí misma y pacificar las aguas de la política española que vendrán muy agitadas, como siempre ha ocurrido en la historia de España cuando la izquierda, toda la izquierda, ha compartido el poder. Todo induce a pensar que seguiremos viviendo peligrosamente.